Llarena, un juez en la diana
A Pablo Llarena, dice uno de sus compañeros de promoción, le «entristece tremendamente» que su nombre vaya a estar ligado de por vida a la persecución judicial por media Europa y durante años que mantiene con Carles Puigdemont. El instructor del ‘procés’, en realidad, se ve él mismo como el perseguido por ese fantasma del huido hasta ahora eterno, cuya sombra no logra sacudirse de encima.
El calvario —explican agentes que han estado destinados a su seguridad este tiempo— se ha intensificado en momentos puntuales, siempre relacionados con decisiones que tenían que ver con Puigdemont. El hostigamiento ha sido de todo tipo: pintadas amenazantes de Arran frente a una de sus viviendas en Das (Girona); insultos de vecinos de su casa de Sant Cugat del Vallés; increpaciones en las playas de la Costa Brava. y siempre se ha recrudecido con hitos negativos para Puigdemont, como en noviembre de 2017 cuando emitió la primera euroorden contra el expresidente huido; o en marzo de 2018, cuando le procesó por rebelión y dictó una nueva orden contra el líder de Junts y a las pocas horas fue detenido y encarcelado en Alemania. La familia de Llarena y el propio juez esperaban que cuando el 10 de julio de 2018 puso fin a la investigación del 1-O y declaró en rebeldía a Puigdemont y demás prófugos su nombre y su imagen pasarían a un segundo plano y los CDR que le machacaban en redes sociales y quemaban sus fotografías por todos los rincones de Cataluña se irían olvidando de él. Pero no fue así y durante los graves disturbios de los CDR en otoño de 2019 en contra de aquel fallo a los líderes de la intentona secesionista el acoso se recrudeció.