El narco se reparte en el Estrecho en barcos de recreo y motos acuáticas
Los traficantes reparten los grandes alijos entre varias embarcaciones en alta mar
Se habían convertido en una de las imágenes del verano. Bañistas disfrutando de un día de playa en el litoral andaluz -principalmente en Cádiz y Málaga- mientras una narcolancha correteaba a una patrullera de la Guardia Civil o descargaba decenas de fardos en la orilla con total impunidad. Sin embargo, este año apenas se han producido escenas de este tipo ni se han viralizado vídeos de persecuciones. Algo ha cambiado en el paradigma del narco.
Los asesinatos del pasado febrero en Barbate han modificado el ecosistema del Estrecho y su zona de influencia. Aunque hubo quien dijo que en el hampa se descorcharon botellas de champán tras los crímenes, los verdaderos capos de la droga vivieron el episodio entre el enfado y la preocupación por su negocio.
Agentes especializados en la lucha contra la droga, dedicados durante décadas a trabajar en el Campo de Gibraltar y la Costa del Sol, confirman que se ha producido un «descenso» de las incautaciones por parte de todos los operadores de seguridad, esto es, Policía Nacional, Guardia Civil, Vigilancia Aduanera y policías locales. El motivo, coinciden, es que los narcos han «diversificado» el modo de introducir la droga y, en lugar de intentar grandes alijos, hacen pequeños envíos para arriesgar menos mercancía. «Algeciras está algo más parada porque están explorando nuevas vías de entrada, y en la zona del Guadalquivir, tras las últimas operaciones, también hemos observado un frenazo importante de la actividad», afirma un mando del Grupo de Respuesta Especial contra el Crimen Organizado, que achaca esta situación al «resquemor» provocado por los sucesos de Barbate, que han elevado la tensión en la guerra que libran constantemente contra el narcotráfico en la zona. «Ahora están siendo más prudentes», apostilla. El ejemplo más claro para ilustrar este cambio de tendencia se produjo el 4 de agosto. Las Fuerzas de Seguridad tuvieron conocimiento de que una embarcación recreativa zarpaba de Ceuta rumbo al Campo de Gibraltar. La travesía duró 15 minutos. El «objetivo», que pasaba más por un barquito dedicado a la pesca deportiva que por una narcolancha, cruzó el Estrecho con 10 fardos y los descargó en dos puntos distintos de la costa andaluza. La policía logró interceptarla, pero no encontró ni rastro de la mercancía ni de la tripulación.
El cambio más llamativo es que las tradicionales narcolanchas funcionan ahora como embarcaciones nodriza. Según agentes antridroga, las gomas cargan el alijo completo —uno, dos o tres mil kilos— en el norte de África y los transportan a unas pocas millas del litoral español. Hasta allí se desplazan motos acuáticas y barcos más pequeños, de tipo deportivo y habitualmente empleados para el suministro de combustible, conocidos como ‘petaqueras’, entre las que se reparte la mercancía para, posteriormente, descargarlas en distintos puntos de la costa. La atomización del narco ha tenido otras consecuencias. Para empezar, ha disparado un negocio emergente en las costas gaditanas y malagueñas: el ‘petaqueo’. Mientras el Gobierno trabaja en una reforma legal para convertirlo en delito, la policía ha detectado que algunas collas del Campo de Gibraltar «ya no quieren tocar el hachís y se dedican únicamente al suministro de combustible» a las narcolanchas.
El principal motivo es que, tras el real decreto que las prohibió en 2018, las gomas ya no salen nunca del agua: esperan en altamar, abarloadas unas a otras en auténticos puertos flotantes en mitad del Mediterráneo, hasta que reciben una llamada con el siguiente encargo. A veces, ni siquiera saben lo que transportan.