CRÓNICA POLÍTICA/Manuel Campo Vidal
Botín se acerca a Zapatero
Madrid hierve. Desde hace muchos años no se recuerda tanta distancia entre la España oficial y la España real. Para dibujar esa España oficial ministros y telediarios se esfuerzan en ofrecer sensación de normalidad y de seguridad, pero lo cierto es que no hay una sola reunión familiar o de negocios en la que no se debata intensamente la gran incógnita política del 2004. ¿Quién gobernará España dentro de catorce meses, sólo catorce meses, Zapatero o alguien del PP? ¿Y quien será ese alguien? A fecha de hoy, no lo sabe ni el interesado. Y acaso ya no lo sepa ni el propio Aznar. Seguro que lo sabía hace sólo medio año y, conociéndolo, hasta es probable que preparara alguna sorpresa, un dedazo sobre un dirigente del PP inesperado mientras los tres tenores -Rato, Mayor y Rajoy- se desgastaban en la pasarela. Acaso una mujer como Loyola de Palacio o bien Acebes, que parece diseñado a imagen y semejanza de Aznar. Pero ya tanto da. Tanto da porque a estas alturas las cosas ya no están para ocurrencias: la situación política se ha deteriorado de tal forma para los populares que, si no se recupera en los próximos meses, Aznar tiene el espacio enormemente reducido. Con la expectativa de mayoría absoluta, vale todo. Con el riesgo cierto de ganar por muy poco e incluso de no ganar, mejor ahorrar sorpresas. Desde la huelga general de junio que «no existió» según Pío Cabanillas a la marea negra del (des)Prestige que era sólo «una sucesión de manchas controladas» según Rajoy, los infortunios no han parado de sucederse: la polémica boda de la hija del presidente a modo de tercera infanta acabó con la leyenda de la austeridad de los Aznar, y la incomparecencia de Mayor Oreja en el decisivo pleno del Parlamento vasco es probable que haya acabado con su expectativa presidencial. Todo ello dañó seriamente la confianza entre el electorado popular. Por todo eso Madrid hierve y se nota en el ambiente. Los desencantados anuncian sus discrepancias al amparo de críticas al Gobierno, que ahora proliferan en medios conservadores. Sin duda el televisazo (la reforma de las condiciones de participación en el negocio audiovisual que tanto han indignado al Grupo Correo-ABC, entre otros) ha contribuido a cambiar un clima que hasta hace pocos meses era de silencio y hasta de temor. Entretanto, los oportunistas se mueven. Alguien tan poco sospechoso de izquierdismos como Luis María Ansón ha levantado acta de lo que sucede en un reciente artículo en La Razón referido al «fino olfato de las ratas que cobardena ya para abanonar el barco del PP». Con un lenguaje de acidez refinada, el académico Ansón erige así un monumento a su propia lealtad al denunciar a unos colegas a los que describe como «profesionales amorrongados, pávidos, pendejos, amilanados, cínicos hasta decir basta que preparan el trasvase de barcos y albañales». Y les advierte que un alto cargo del Gobierno dispone de «un informe sobre las dávidas otorgadas a las ratas: publicidad institucional, patrocinios, concesiones, licencias, frecuencias de radio, televisiones digitales, adquisición de ejemplares en bloque, informaciones privilegiadas, exclusivas clamorosas». Los que mantienen que no hay tensiones, mientras, no saben cómo encajar el aviso a navegantes que lanzó José María Aznar a la dirección de su partido esta misma semana advirtiendo «a los que quieran aplicarse un plan de belleza en siete días». ¿A alguien tentado de que el partido lo proclame sucesor sin esperar a los designios del dirigente supremo anunciados sólo para después del verano? El desfile de vicepresidentes en TVE en varias entrevistas esta semana y el desembarco oficial de Ana Botella en la candidatura de Ruiz-Gallardón con escenografía hollywoodiense pretenden insuflar ánimos a un electorado desorientado. Pero mientras no se resuelva la incógnita del candidato y prosigan los desatinos y las declaraciones tipo Trillo proclamando que «las playas de Galicia están esplendorosas», el desgaste difícilmente se detendrá. En esas condiciones cualquier gesto inesperado impacta en el hervidero de la política madrileña. Como la visita girada por el mismísimo Emilio Botín, todopoderoso presidente del Banco Santander Central Hispano a la sede del Partido Socialista en la calle Ferraz. Esa noticia, absolutamente confirmada por este periódico, la conoce por supuesto el Gobierno porque Botín no viaja de incógnito ni tiene por qué esconderse de sus contactos políticos legítimos en una democracia. Pero que nadie espere que esa noticia sea comentada o al menos difundida por los cañones mediáticos gubernamentales, porque podría ser una muestra más de esa distancia abismal entre la España oficial y la España real que ahora mismo se ha instalado en la vida política de este país. Sin embargo, sobre ese cuadro aparecen indicios de que el Gobierno empieza a darse cuenta de que admite errores y rectifica o si no, no remonta. La propia Ana Botella el jueves se refirió a su marido como «alguien que tiene errores y aciertos», aunque Álvarez Cascos y Arenas todavía escenifiquen la infalibilidad que concede la mayoría absoluta. Haría bien la oposición en no recrearse en las encuestas favorables infravalorando esos indicios. El Gobierno está bastante mal a día de hoy, pero tiene una cierta capacidad de recuperación. Y desde luego patinazos como el del portavoz socialista Caldera en el Congreso son balones de oxígeno impagables.