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El presiente apenas reúne a los dirigentes y decidió por su cuenta la estrategia para frenar la crisis del «Prestige»

Preocupación en el PP ante la postura de Aznar de tomar solo las decisiones

«A todos les pasa lo mismo», dicen los más destacados dirigentes del PP y comparan a José María Aznar con otros presidentes del

Reunión de la convención nacional que el PP celebró en Madrid el pasado 19 de enero

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Magis Iglesias - MADRID.
León

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Dicen que así estableció la estrategia que puso en marcha estas Navidades para recuperar la iniciativa política y salir de la profunda sima en la que la crisis del Prestige hundió al PP. «Ya no hay equipo», afirman los políticos que han trabajado mano a mano con el presidente del Gobierno en los últimos años. «Las relaciones personales se han quebrado», señala uno de los más dolidos, que fue amigo personal del jefe del Ejecutivo en otros tiempos. «Sólo se fía de sí mismo, se cree el Mesías y piensa que nadie como él puede resolver los problemas», apunta otro, que está seguro de que Aznar «se equivoca porque superar esta situación y pasar el trago de la sucesión es cosa de todos». «Lo ha pasado muy mal y ha sentido miedo ante la situación en que nos vimos en septiembre», aseguran en referencia a la fuerte protesta social que provocó la catástrofe del Prestige. Tras unas primeras semanas, en el mes de noviembre, en las que negaba la realidad y aseguraba que todo se vería superado en poco tiempo, Aznar cayó en la cuenta de que podía haber empezado el declive de su partido y su continuidad en el poder estaba seriamente amenazada. «Está obsesionado por ganar las elecciones», dicen sus colaboradores que le vieron reaccionar para salvar su trayectoria política. «Se asustó porque vio que ya no pasaría a la historia por dejar el poder en herencia a su partido, con una retirada en pleno éxito y el triunfo electoral asegurado», explican. «Ya no sería recordado por la llegada del euro, el déficit cero o la reducción del paro sino como el gobernante que se hundió con el petrolero», añaden en su coincidente interpretación del comportamiento de su jefe de filas. El presidente del Gobierno se encerró en sí mismo durante el pasado mes de diciembre para reflexionar una salida a la crisis. Celebró la última reunión con la cúpula del partido y los más altos responsables del Gobierno, los tradicionales «maitines», a finales de noviembre para hablar de la crisis del Prestige, y no volvió a convocarlos hasta el pasado lunes 13. Decidió intensificar su presencia en actos oficiales y comparecencias públicas para protagonizar la presentación de la mayor avalancha de iniciativas del Gobierno que se ha conocido desde su llegada al poder. Se incluyó en la lista electoral de Bilbao y sólo informó de la decisión a Javier Arenas para que pusiera en marcha el operativo adecuado para dar a conocer la noticia en la convención nacional. Compareció en rueda de prensa el pasado viernes, después del Consejo de Ministros -como no hacía desde muchos meses atrás- para presentar el Plan Galicia. En una conversación reciente, el jefe del Gobierno anunció que éste será su año y prometió que «voy a recuperar Galicia». Siempre en primera persona, razona que tiene mucho que decir en su partido porque fue él quien lo llevó al poder y consiguió la mayoría absoluta. Por eso se considera ahora el más capacitado para salvarle del fracaso.

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