Si matas a Toro Sentado, se terminó la batalla

La CIA parece que ha vuelto a fallar. 30.000 millones de dólares de presupuesto anual no bastan para acabar con el hombre de las mil caras. Se esperaba un rataplán, miles de bombas y de misiles en la apertura de la macabra sinfonia. En cambio, nos encontramos con un ataque selectivo para acabar con la cabeza de la serpiente con información digital procedente del cuartel general de la CIA en Langley. Para cuando llegaron los cuarenta Tomahawk el pájaro había volado del nido, si es que alguna vez estuvo donde creían que estaba. Su futuro está en huir de refugio en refugio. Todo hace pensar que lo que busca, o buscaba, EE.UU. es decapitar de un golpe a los mandos supremos. Ese será el camino, para administrar los daños. Como en las películas de indios, si matas a Toro Sentado, se terminó la batalla. Se trataba de evitar bajas en los primeras salvas de la que en pura tecnología bélica llaman «inteligencia activa o activada». El zorro de Takrit es más listo. Se ha preparado toda la vida para esto, la elección de la mejor madriguera para el mejor momento. Está entrenado para ello desde que huyó tras el atentado contra Kasem, en su huida por montes, yermos y valles hacia la seguridad de Egipto. Huseín es maestro en la elusión. Antes lo intentó Reagan con Gadaffi o Clinton con BIn Laden o Bush hijo con el mulá Omar. Una campaña medida, de persecución de los cabecillas, esos cinco jefes militares reunidos en alguna parte de Bagdad. Cometieron el error para el Pentágono, mientras no se demuestre lo contrario, de no estar donde debían. La «bala de plata» ha fallado. El derrumbamiento, descabezados los jefes, hubiera sido inmediato. La guerra más breve del siglo. Es, una vez más, la caza al hombre, aunque ,en teoría, la Constitución estadounidense lo prohíbe.