OPINIÓN Eduardo Silva Bafaluy (*)
Hoy todos somos iraquíes
El emperador Bush ha dictado sentencia. Dijo que en 48 horas va a masacrar a un pueblo. No lo dijo con esas palabras, pero le hemos entendido. Intentaba embellecer su discurso hablando de «la causa de la paz» y de «las naciones libres», pero le hemos entendido. Hemos entendido perfectamente que la maquinaria de guerra que dirige va a encharcar de sangre el desierto y las ciudades de Iraq. La misma tierra que vio nacer la civilización, en la antigua Mesopotamia, es testigo del triunfo de la barbarie, del frío y calculado espectáculo del genocidio. Y, sobre todo, hemos entendido muy bien cuándo ha pedido a los iraquíes que no destruyan sus pozos petrolíferos (repugnante cinismo). Podríamos ver nuestros propios rostros en las caras de las futuras víctimas. Nuestros rostros, los de millones de personas que nos hemos movilizado contra la guerra en los cuatro continentes. Porque hoy todos nos sentimos iraquíes, víctimas, enemigos del Imperio. Bush ha decidido que toda la humanidad es el eje del mal y va a acabar con nosotros. Más de cinco millones de personas tiemblan esta noche en Bagdad, temiendo oír el rugido de los motores de la muerte. Y entre ellos, una mujer de León, nuestra compañera Ana. Ana María Rodríguez Alonso, miembro del PCE y del Comité de Solidaridad con la Causa Árabe, que ha viajado a Iraq con otras decenas de voluntarios españoles dentro de las Brigadas contra la Guerra, una iniciativa que intenta recordarnos, incluso en el nombre, a aquellos miles de voluntarios que vinieron a luchar junto al pueblo español contra el fascismo en 1936. La solidaridad es la ternura de los pueblos, escribió Benedetti, y para Ana, como para todos nosotros, el pueblo iraquí ya es un pueblo de hermanos, de hermanos que el Imperio ha decidido que deben morir por el único pecado e vivir en una tierra rica en petróleo. Un petróleo que va a costarles su sangre. Pero no van a poder tapar el sol con un dedo. Debemos seguir alzando la voz hasta quedarnos roncos. Hay que multiplicar el movimeinto contra la guerra en todo el planeta. Tenemos que hacer pagar su complicidad a los gobiernos títeres: en Gran Bretaña ya han comenzado las dimisiones. No pueden callar las voces hasta que callen las armas. Somos millones de gargantas. Que nos oigan. Que nos oiga el imperio. Que nos oiga nuestro patético presidente del Gobierno, que nos oigan los ciudadanos de Irak, que nos oiga Ana, que continúa allí, en Bagdad. (*) Eduardo Silva Bafaluy es militante del PCE en León.