Impotencia

A Simone aquello no le pareció ni medio bien. Allí estaba el tipo de Naciones Unidas, hablando de los refugiados, dando cifras y estimaciones, hablando de tiendas de campaña, mantas y toneladas de comida. Era simpático, pero se estaba poniendo demasiado técnico. Al fin y al cabo estábamos hablando de personas y no estaba respondiendo a la pregunta. Si los refugiados iban a saltar por los aires al pisar una mina cuando intentaran cruzar las montañas no era una cuestión menor. Vamos, que no era algo frente a lo que uno pudiera encogerse de hombros. Lo que le pasa a Simone es que no entiende. No termina de comprender cómo va esto de las organizaciones internacionales y las guerras. No acepta que para poder estar socorriendo a los refugiados dándoles mantas y comida no hay que meterse para nada en las causas, no vaya a ser que nos digan que no somos imparciales y nos echen del país. Así que centrémonos. Ni notas de queja, ni cartas reclamatorias. Que Turquía llena las montañas de minas para que no pase ni Dios, pues nada, nosotros chitón. Que lo hace pese a todos los esfuerzos de la ONU, a la cual pertenecemos, por prohibir esas dosis de muerte enlatada y con efecto retardado que son las minas, pues vale, porque nosotros no vamos a andar diciéndole a nadie cómo tiene que manejar sus asuntos. A nosotros lo que nos toca es llevarnos bien con todo el mundo. Simone, que es un periodista canadiense que se mantiene lo suficientemente intacto como para conmoverse cada vez que ve a un crío pedir dinero por las calles, pierde los nervios y se pregunta para qué queremos las tiendas y las mantas si al final vamos a necesitar cajas de pino. Se pregunta si al final todo esto de las organizaciones se reduce a los números y las estimaciones. Porque cuando era pequeño y su abuela le contaba cuentos sobre los lugares que ahora ve por sí mismo, se imaginaba a esa gente de la ONU más como unos entusiastas luchadores de los derechos humanos que como unos aficionados a las estadísticas.