Diario de León

«El presidente español ha hecho el trabajo más difícil, el de dividir a Europa» Abdul Hadi (escritor iraquí exiliado en España)

Los iraquíes abandonan botas y cascos para pasar por civiles

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Mercedes Gallego Especial para SUR DE IRAK.
León

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Las botas y las camisas militares parecen haber crecido como setas en las carreteras de Irak. Los soldados iraquíes que se han enfrentado ya a las tropas estadounidenses saben que no tienen ni la más remota oportunidad de vencerles, y en esas circunstancias lo mejor es deshacerse de cualquier cosa que les delate y confundirse con la población. Así es como se ha evaporado la 51 División Mecanizada, a la que Sadam Huseín había encargado defender el flanco del suroeste, antes incluso de que su comandante claudicara. Otros han preferido entregarse directamente a los estadounidenses, que les han prometido protegerles de su propia gente. Llegan en camiones con una bandera blanca que asoman por la ventanilla y muestran sus armas con un gesto de entregarlas. Los marines los reciben con desconfianza, temiendo que alguno de ellos se revuelva de pronto y resulte ser una trampa. Con la ametralladora apuntándoles, salen con las manos en alto, sonriendo y asintiendo con la cabeza para demostrar que vienen en son de paz. Luego contemplan sobrecogidos cómo el tanque estadounidense pasa por encima de la montaña de armas y las destruye. «Son extremadamente amables con nosotros», asegura el sargento Jones Yaphet. «Cuando veo sus caras recuerdo por qué estamos aquí. En cierto modo hace que todo por lo que estamos pasando valga la pena». El marine Jacob Roth pasó horas custodiando a un grupo de estos peculiares prisioneros. Había de todo, desde adolescentes descalzos hasta ancianos sin dientes que inspiraban más lástima que temor. «Como marine, ver a esta gente me da una tremenda confianza. Ahora el enemigo tiene un rostro, y resulta ser el de un montón hombres decrépitos sin formación alguna. Pero como persona, me revuelve el estómago. No entiendo cómo se les puede tener así. Algunos cojean y están enfermos. A partir de ahora, para mí esto es más una misión humanitaria que una guerra». Los prisioneros no están asustados. Dicen no haber comido en varios días y pronto reciben algunos paquetes de raciones humanitarias, que exploran siguiendo las instrucciones de uno de los intérpretes que viaja con los marines. La pregunta más frecuente, informa éste, es cuándo podrán irse a casa. Nadie tiene la repuesta. El general John Kelly, ascendido a este rango hace sólo un par de días, en pleno fragor de la batalla, admite que esperaban más prisioneros. La mayoría parece haber preferido desaparecer, pero no cree que esa sea la tónica a las afueras de Bagdad, donde Sadam Huseín ha puesto a sus hombres más leales de la Guardia Republicana. «Si se van a entregar, ojalá que lo hagan cuanto antes, porque logísticamente es un dolor de cabeza arrastrar con esta gente en medio de la guerra», reflexiona. Para la Guardia Republicana, el coronel Ben Saylor tiene reservadas palabras más duras. «Son lo mejor que (Sadam Huseín) tiene, pero no nos preocupa. Puede que estén mejor equipados y con más ganas de luchar, pero nos los vamos a cargar igualmente. Para empezar, el fuego aéreo los reducirá sustancialmente en número», vaticina el militar, sugiriendo que la mayoría morirá antes incluso de enfrentarse con los regimientos de combate. «Cada batalla es a muerte», sentencia lapidario. El jefe de estado mayor de la I División de marines habla con rudeza. Mientras hace estos comentarios las bombas están ya mermando a los hombres de la Guardia Republicana, y las tropas estadounidenses esperan entrar en combate con ellos en un tiempo que Saylor mide en horas, pero no nos permite revelar. «La velocidad de esta operación esta siendo magnífica», se regocija. «Estamos por delante de lo programado». El coronel Saylor describe los combates actuales en el suroeste como «bolsas de resistencia» porque carecen de coordinación como para oponer un frente sólido o planificar estrategias. Tienen artillería y hacen uso de ella, pero incluso eso es interpretado por Saylor como una ventaja. «Cuando la usan se vuelven más visibles y los matamos inmediatamente», dictamina. «La guerra no nos podía estar yendo mejor».

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