«El Gobierno ha cometido el mayor ejercicio de irresponsabilidad de la historia de la democracia» Felipe González
La manzana envenenada
Irak, el lugar donde estaba el Paraíso, el Jardín del Edén, el mítico escenario donde Eva sedujo a Adán con una manzana, contiene ahora otra manzana, esta vez envenenada. Y quien la va a degustar, según todos los indicios, es la tropa americana. No será ahora en la verde confluencia del Tigris y el Eúfrates. Será al norte, en Bagdad la ciudad de los cuentos de Las mil y una noches. Cada edificio se convierte en un posible nido de francotiradores, cada callejón desierto supone un riesgo de emboscada. En la guerrilla urbana, los avances y retiradas se miden por manzanas o incluso por casas. En este tipo de combate se desvanece la protección que procura la superioridad tecnológica y sólo cuentan las habilidades humanas, la rapidez en la capacidad de respuesta y el conocimiento profundo de las calles y avenidas. Desde Estalingrado y Berlín en la Segunda Guerra Mundial hasta los combates en Beirut o Sarajevo, la guerrilla urbana es una elemento primordial para el bando enemigo que, consciente de su inferioridad de medios para librar batalla en frente abierto, se resguarda en las trincheras de ladrillos y población civil a sabiendas de que las muertes de aquellos inocentes que se encuentren en medio de los combates jugarán siempre a su favor. Este tipo de cruenta e impredecible lucha es la que estadounidenses y británicos comenzarán a ver en Basora y seguramente enfrentarán durante la toma de Bagdad. «Los iraquíes querrán pelear en corto y a lo sucio. Llevarán a cabo ofensivas de pequeña escala, llenas de trucos, con falsas rendiciones de tropas, soldados vestidos de mujer, tanques apostados detrás de edificios y morteros en cada esquina», escribe el general Wesley Clark, quien fuera jefe de las tropas de la Otan durante la campaña de Kosovo, en un artículo publicado por el diario londinense The Times. La guerrilla urbana marca sus propias reglas, muy alejadas de las pactadas por la Convención de Ginebra, y son las que mejor definen los llamados combates asimétricos, donde los adversarios con medios rudimentarios buscan los flancos débiles a sus adversarios más poderosos. Los estadounidenses tienen fresco en la memoria el recuerdo de lo que aconteció a sus tropas por culpa de este tipo de combates en 1993, durante la invasión de Somalia. Tal y como lo contó recientemente la película Black Hawk derribado, la sofisticación tecnológica de los marines sirvió de poco en las calles de la capital, Mogadiscio, en donde fueron destrozados dos helicópteros y murieron 18 soldados estadounidenses, víctimas de la astucia de una guerrilla somalí equipada con armas rudimentarias. En Irak bien podría pasar algo parecido, y meterse en una guerra que dependa menos de la tecnología y más de incrementar el número de tropas en combate, con un probable aumento de las víctimas, figura entre las peores pesadillas de los altos mandos militares estadounidenses y británicos. «Hasta ahora los aliados han combatido con los guantes puestos», comentaba ayer un analista al diario The New York Times. «Pero se los tendrán que quitar en caso de que se enfrenten a la guerrilla urbana. Y cuánto más se prolongue este tipo de combate, más carnicería saldrá a la luz y será cada vez más difícil para el Gobierno de Bush convencer a la opinión pública de la necesidad de continuar la guerra». Y, por lo que parece, la guerra será larga. Ya nadie se atreve a vaticinar cuánto durará la batalla por Bagdad. Y cada día que pasa, las cifras de muertos y heridos, civiles o no, aumenta. La manzana, las manzanas de Bagdad, están ya siendo envenenadas.