OPINIÓN Javier Fernández Arribas
Aliados de la debilidad
Un carro de combate Abrams M1A1 no funciona sin gasolina. Y no dispara proyectiles si no los tiene. Y los marines no combatirán en plenitud de condiciones hasta que puedan comer. Estas cuestiones pueriles y de cajón se están convirtiendo en uno de los mayores dolores de cabeza de los militares norteamericanos y británicos a la hora de continuar la guerra con las suficientes garantías. ¿Por qué? Porque el despliegue militar aliado adolece de una preocupante debilidad logística. Es decir, después de diez días de duros combates ante la inesperada resistencia iraquí, el aprovisionamiento de combustible, municiones, repuestos, alimentos y medicinas es fundamental para que la maquinaria de guerra continúe funcionando. El problema que tienen las tropas anglo-americanas es una cola logística de 480 kilómetros. Es una barbaridad que el grueso de las tropas estén tan alejadas de su principal base de aprovisionamiento. Además, si en el avance se han rodeado los grandes obstáculos dejando bolsas de resistencia, el resultado es el que se está produciendo en los últimos días. Los ataques iraquíes han inmovilizado desde hace tres días un convoy con 300 camiones que transportan más de 600.000 litros de combustible y 180 toneladas de municiones para abastecer, apenas unos días, sólo a la 1ª División de Marines. Los problemas de abastecimiento se agravaron con el mal tiempo porque ni siquiera los helicópteros de transporte Chinook pudieron realizar una labor de emergencia. Por eso era imprescindible el parón de los dos últimos días, para recapacitar y reorganizarse. Una decisión muy peligrosa porque la Guardia Republicana iraquí, consciente de esa debilidad operativa de los norteamericanos, agravada por la tormenta de arena que les anulaba el apoyo aéreo de los cazas y de los helicópteros Apache, intentaron lanzar una contraofensiva con los mil blindados que salieron de Bagdad el miércoles. Al final, un esfuerzo titánico del Séptimo de Caballería y el apoyo de las armas inteligentes, que sí esquivaron al general Arena, lograron parar a los iraquíes quienes ante la mejoría del tiempo decidieron volver a sus posiciones defensivas en Bagdad. Ahora, la limpieza de minas del puerto de Um Qasr permitirá el atraque de buques con ayuda humanitaria y, también, lo que es crucial para la batalla: acercar unos cuantos kilómetros el centro de abastecimiento al grueso de las tropas. Los halcones de Bush tendrán que explicar sus múltiples errores. Sin comida, no habrá batalla de Bagdad.