Diario de León

«No es muy tranquilizador que EE. UU., como única superpotencia, haya perdido el contacto con el mundo» Bachar al Assad

Prisioneros en busca de clemencia

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Un sol de justicia cae plomizo sobre la cuarentena de prisioneros iraquíes que custodian los hombres del primer regimiento de combate de los marines. Los detenidos se cubren la cabeza como pueden para combatir inútilmente el calor, en ese agujero cavado en el desierto y protegido por una alambrada de espino. Hasta ahí llega el doctor Tony García y sus enfermeros, tarareando una canción de Rubén Blades y Willy Colón. «Las manos siempre en los bolsillos de su gabán, para que nadie sepa en cual de ellas lleva el puñal...» Los guardias escoltan al prisionero enfermo que ha motivado la llamada de urgencia. Con gestos y con la ayuda de una chuleta que contiene unas cuantas palabras básicas en árabe le dice que se extienda en el suelo. «¿Dónde te duele?», pregunta García. El hombre argumenta en árabe, señala el corazón y dice «¡pum, pum, pum, pum!». García le toma el pulso: ciento veinte pulsaciones por minuto. Luego la presión sanguínea. «Este hombre tiene un poco de taquicardia», concluye. «Pero también podría ser deshidratación». «¿Tiene congestión en el pecho?», le inquiere. El prisionero le devuelve una retahíla en árabe, mientras García le mira perplejo. «No te entiendo nada, mi hermano, pero no importa». Los soldados deciden traer a El jordano, un hombre que reclama esta nacionalidad y que chapurrea inglés. A través de él le pregunta que si el enfermo toma algún medicamento para el corazón. La repuesta es sí pero o el prisionero no sabe decir cuál, o El jordano no sabe traducirlo. García decide no arriesgarse y pide que lo esposen para trasladarlo a la enfermería. Con las esposas de plástico ajustadas, el prisionero pide que le traigan la botas, señalando sus pies descalzos. Los guardias se niegan. «Cuidado, que éste trató de escaparse del último campamento en el que estuvo», explican. García reflexiona. «No te hace falta, mi hermano. Te llevaremos en camilla y luego te traeremos de vuelta». Ante su insistencia, el médico empieza a dudar de los síntomas, y decide pedir una segunda opinión por radio a su comandante. «Es hora de irse», grita García. «¿Y el prisionero?», le pregunto. «Se queda. Probablemente está deshidratado. Tiene agua de sobra. Se pondrá bien». Cuando nos montamos en la ambulancia militar, se forma un enorme revuelo en esa peculiar celda de prisioneros al aire libre. Los detenidos se amontonan junto a la valla colocando una mano sobre el pecho y enseñando el pasaporte con la otra. Algunos se señalan el corazón. «Es difícil», admite García. «Uno nunca sabe quién dice la verdad y quién te está tendiendo una trampa».

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