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ANÁLISIS /por Manu Leguineche «Cuando se lucha contra un invasor no se es un terrorista, se es un héroe» Tarek Aziz (viceprimer ministro iraquí)

Cuando te tocan la patria

Publicado por
León

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Sadam Huseín, tan aficionado a las parábolas del Corán, suele contar para alimentar su mesiánica confianza en sí mismo la historia de los elefantes de Abisinia (actual Etiopía) en el asalto a la Meca. Los guerreros beduinos vieron con sorpresa la aparición de tan extrañas bestias en los santos lugares del Islam. Pero el Dios de Mahoma, que estaba en todo, envió pájaros-fedayines que lanzaron piedras sobre los elefantes y los mataron a todos. El elefante es el símbolo del partido republicano, el partido de George Bush. ¿Podrán esta vez los pájaros divinos contra los elefantes? El general Franks siempre podrá decir, como su colega De Lattre en Indochina: «Combaten muy bien por una mala causa». Sadam Huseín un hombre lleno de malicia, un formidable organizador, improvisador nato, capaz de transformar un 600 en un vehículo blindado. Es, también, un prestidigitador capaz de sacar conejos de su turbante. El último es el de los suicidas. El suicidio no está en la cultura de la guerra iraquí. La técnica del martirio es más de los iraníes, pero como todo vale en la guerra y en el amor han aparecido en escena para llevar el miedo al corazón de los anglosajones. Sus aviones, 300, pura chatarra, no vuelan, de manera que los kamikazes atacan en tierra. Por aquí se dicen que están siendo adiestrados por los extremistas palestinos. El próximo conejo pueden ser los brigadistas internacionales del Islam, que piden paso, como en Afganistán, para unirse a las tropas de Sadam. Los norteamericanos vigilan la frontera jordana y, al parecer, también la carretera de 1.000 kilómetros que lleva a Bagdad, para contar los voluntarios que pasan. Para la batalla final que algunos expertos anuncian para mediados de abril, Sadam Huseín no solo cuenta con la Guardia Republicana y sus dos ramas especiales, los fedayines de su hijo Udai, el personaje más odiado en Irak, y los beduinos de las tribus. Son las organizaciones de barrio, algo parecido a los comités de defensa de la revolución de Cuba. Hay un proverbio iraquí que dice: «Si tienes que morir es mejor que lo hagas en tu propia casa». A estas organizaciones las llaman cooperativas en la jerga de Bagdad. Las han preparado -cada vecino un combatiente- para enfrentarse casa por casa al invasor. Les han enseñado a disparar desde los tejados. No quieren ser liberados. O es que ¿le tienen tanto miedo a Sadam, que nunca gana pero nunca pierde? ¿Han interiorizado el terror? Al iraquí no le gusta que le dicten la letras de sus canciones. De sus noventa califas, más de ochenta murieron de muerte violenta. El modo como derrocaron al rey Feisal y su familia en el golpe de Estado de 1958 da idea de la visceralidad y la capacidad de venganza del pueblo. Feisal fue entronizado por los ingleses. Los iraquíes lo odiaban. Aquel 14 de julio, hacia las cinco de la mañana, las tropas golpistas cercaron el palacio real de Bagdad. «Aquí la Republica de Irak, este es vuestro día de gloria», dijo por la radio el coronel Aref. A las ocho de la mañana el rey, escondido en la cocina, enarboló bandera blanca. Lo ametrallaron a quemarropa. Esas eran las órdenes, no fuera a salir con vida y devuelto al trono por los británicos. Pues bien, la muchedumbre se abalanzó sobre el camión que transportaba los restos del regente, Abdulah, cuyo cadáver le fue arrojado por los golpistas a la masa, que lo arrastró durante horas por las calles de la capital. Sus restos fueron a parar al Tigris. El primer ministro Nuri Said, disfrazado con la «abaya», la túnica de las mujeres, trata de ganar la base británica, pero es descubierto en las calles. Hace uso de su revólver. Lo mata un oficial. El pueblo desentierra su cadáver y lo pasea en una moto por las calles de la capital «como un trofeo de caza». El beduino de Tikrit va a convertir la batalla por Irak en la batalla por Bagdad, aunque ni siquiera Basora ha caído aún. Nada de combates al aire libre, en espacios abiertos, al estilo soviético. Nada de carne de cañón. Sería una batalla de las sombras y las ruinas, todo mezclado, población civil, milicianos, guardias con el triangulo rojo en las hombreras, tropas regulares, el combate urbano. La chaqueta metálica de Kubrik. Aquí no valen los tanques. Los que no puedan o no sepan empuñar un Ak-47 se encargarán de las tareas médicas o de abastecimiento o servirán de ayuda para transportar municiones. La CIA tampoco contaba con esto. De haber funcionado los servicios de inteligencia no hubiera sido necesaria la guerra. Fallaron en todos sus intentos de liquidar físicamente a Sadam Huseín y tampoco han sido capaces de adivinar la capacidad de resistencia de los iraquíes. ¿Cómo se explica que después de doce años de embargo luchen con tanta determinación? ¿Lo hacen más por su patria que por su líder?. El rey Ghazi recomendó a su hijo: los sunitas son para la guerra, los chiitas para los negocios y los kurdos para sacudirlos. Aquí, al menos hasta que no se demuestre lo contrario, todos parecen unidos, incluso los chiitas que en la guerra contra Irán (1980-88) recordaron que eran antes árabes, iraquíes, que seguidores del imam Ali. Al empezar la guerra, el 60 por ciento de la población de Irak, 14 millones de personas, dependían de las raciones distribuidas por el gobierno. Lo mínimo para la subsistencia. El paro ascendía al 50 por ciento, por lo menos, los sueldos apenas superaban los cuatro o los seis euros al mes. Irak pasó a ocupar el lugar 126 entre los países más pobres. Unos quinientos niños murieron de enfermedad o malnutrición, cuando la obesidad infantil fue antes de la guerra un problema grave para los pediatras. La mitad de la población iraquí tiene menos de 18 años. No se pueden casar tal como están la economía y las condiciones de vida. Los divorcios han subido en flecha, lo mismo que la delincuencia. Tres millones de iraquíes han huido al extranjero ¿Es que las sanciones internacionales han contribuido a enardecer al pueblo? El ex ministro francés de Exteriores, Hubert Vedrine, dijo que «el arma del embargo es inútil, humanamente cruel y estratégicamente ineficaz». ¿Y si al tocar la fibra sensible del patriotismo se hubiera vuelto como el «boomerang» contra los que tuvieron la idea?