Diario de León

«Me puede más la postura del Vaticano que los motivos de seguridad a los que aduce Aznar» Raquel Pérez (concejal del PP) Los amigos cercanos del presidente de Estados Unidos aseguran que la guerra está amargando su carácter

Bush a Aznar: «La guerra va bien»

El presidente de Est

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Colpisa - MADRID.

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Cuando hace unos días un consejero le preguntó en qué sentido la guerra le había cambiado, George W. Bush contestó secamente: «Estamos en guerra desde el 11 de septiembre». Sin embargo, según sus más cercanos colaboradores, el Bush que se enfrenta cada día con aparente seguridad a las cámaras de televisión no es el mismo que se enfrentó entonces a los ataques terroristas. Según fuentes consultadas por el diario USA Today, Bush, que asumió su papel mesiánico tras aquella fatídica fecha, no mostró entonces el mismo nivel de estrés y preocupación que le caracteriza en esta guerra. El hombre que solía encontrarle el punto irónico a casi todas las cosas parece haberse cerrado en sí mismo, la seriedad y los nervios han enterrado sus muestras de optimismo y las sonrisas, tan comunes a su rostro de antes, ahora brillan por su ausencia. Bush está preocupado. Desde antes de que comenzara el ataque a Irak. Ya entonces empezó a mostrar cierta ansiedad y se impuso una rutina casi militar, cambiando sus horarios, que son rígidos y minimizan las reuniones sobre problemas domésticos, y eliminando de su dieta uno de sus principales vicios: los dulces. El inicio del conflicto ha empeorado su sentido del humor. Junto a sus colaboradores se muestra a menudo seco, incluso irascible, y no digamos cuando escucha las críticas que le llueven desde la prensa relativas al supuesto fracaso del plan militar estadounidense. «Su mirada es dura, inflexible. La responsabilidad con la que carga también se nota en su voz. Yo estoy preocupado por él» confesaba al diario un amigo cercano. No espera a que le entreguen un resumen de prensa: él mismo lee los periódicos y sigue muy de cerca las noticias por televisión, a pesar de que la mayoría de ellas le irriten sobremanera. Sin embargo, afirma, quiere escucharlas todas, las buenas y las malas. Está obsesionado con la guerra, tanto, que a pesar de saber poco de estrategia militar, aprende con avidez de sus encuentros con Rumsfeld y el general Myers, a los que escucha con admiración. Aunque amonesta a los colaboradores que critican el plan de guerra y les pide paciencia, siempre solicita sus opiniones ya que le sigue gustando escuchar. Aunque nunca ha sido el rey de la diplomacia, la guerra ha minimizado esa dote. Dos días antes de que le diera el ultimátum a Sadam, Bush reunió a los miembros del congreso en la Casa Blanca y les dijo escuetamente que su país iba a la guerra y que les informaba de ello porque esa era la norma. Y sin más se despidió. Los congresistas, que esperaban una detallada explicación, se retiraron bastante molestos. «¿Saben algo de Sadam?» Bush acribilló a preguntas a sus colaboradores durante los cuatro días siguientes al inicio del ataque a Irak. El presidente había tomado la decisión de cambiar los planes de ataque al descubrir con regocijo, por boca de la CIA, que existía una posibilidad de matar a Sadam el 19 de marzo, primer día de la guerra. Pero cuando el Ejército tuvo que admitir que el dictador seguía con vida, el presidente se llevó una de las grandes desilusiones de su vida.

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