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OPINIÓN Manu Leguineche «Las personas que al hilo de sentimientos pacifistas tratan de intimidar al PP están ejerciendo un totalitarismo» Rodrigo Rato

Daba Gloria verte, Sadam

Publicado por
León

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Es peor que la muerte, Sadam. Tus palacios de las mil y una noche, un monumento al mal gusto, tu mal gusto, han sido invadidos por los soldados infieles. Han revuelto en tus sábanas y tus papeles, en las cocinas en las que de vez en cuando te gustaba preparar platos caseros para tus huéspedes, el «tachrib» que se te daba muy bien, el pollo con cebollas y limón. Han entrado en tus salas privadas de cine donde hacías que te pasaran una y otra vez tus películas preferidas, Chacal o El Padrino. Tus secretos violados, Sadam. Tus Versalles, tu Aranjuez, tu Florencia kitsch por los suelos, hollados por las botas y las manos de los conquistadores. Han hurgado en tus bodegas, tus queridos caldos, el portugués Matheus Rosé, las cajas de Old Parr, tu whisky preferido. Han abierto tus humidores, tus queridos Cohibas, de cuando el argelino Bumedian te aconsejó que dejases la pipa, ese anacronismo, por los habanos fragantes que te hacía llegar Fidel Castro. Una vergüenza, Sadam, los marines se han fumado tus mejores vegueros. Ya no merece la pena vivir. Han revisado tus cuartos de baño para descubrir lo que ya se sabía, que te teñías el pelo como el egipcio Hosni Mubarak, dos presumidos, que te teñías el bigote, que tomabas Viagra cosa que no hace un buen macho de Tikrit. Cientos de pastillas de jabón sobre el lavabo: te lavabas las manos varias veces al día después de las audiencias para acabar con las bacterias como hacía el multimillonario Howard Hughes. Descubren en el gimnasio las bicicletas en las que hacías ejercicio todos los días para bajar peso, las medicinas que tomabas contra tu vieja dolencia, la hernia discal que te hacía trizas los cervicales. Ya no eres nadie, Sadam, «rafik», camarada, héroe-presidente, porque han descubierto tus secretos, desacralizado tus misterios, bebido tus mejores whiskys. Las fotografías de tus mujeres, la primera Sajida, tu prima, que te dio cinco hijos, uno de ellos Uday, el preferido y el Calígula del régimen. Sajida, que se tiñó el pelo de rubio porque rubia es tu segunda esposa, Samira, que estuvo casada con el jefe de la Iraki Airways,la compañía de bandera iraquí. Habrán proyectado, en busca de la pista de armas de destrucción masiva, tus videos caseros en los que se te veía jugando en la piscina con tu hijo Alí o con tu tercera esposa Nidal, directora del departamento de energía solar en el Ministerio de Industria. Se sabe que te dio tiempo a casarte por cuarta vez, pero se desconoce el nombre de la novia. Has expropiado terrenos, como Ceaucescu el rumano, para levantar palacios faraónicos. En total 90 residencias. Han descubierto en tus armarios las colecciones de zapatos, como los de Imelda Marcos en Malacañán, Manila. Las primeras marcas italianas, Ferragamo y otras, que desde tu infancia descalza de ladrón de gallinas y vendedor de cigarrillos soñaste con hileras de zapatos. De pronto abandonaste los trajes horteras y las corbatas de rombos, que parecías tu propio guardaespaldas, Sadam. Te hiciste con el mejor sastre de Irak, te cortaban los trajes en Ginebra. Daba gloria verte, «Marlboro man» de las periodistas norteamericanas. Tu primera mujer, Sajida, hacía como Imelda Marcos, se subía a los aviones del ejército para darse una vuelta por Nueva York, Bloomingdales y Macys, volvía cargada de caprichos para los hijos, para los miembros del clan de los Tikriti, para algunos de los 5.000 fieles servidores fieles de tus palacios, para los otros 5.000 policías de la escolta privada. ¿Qué quedará de todo ese esplendor de Oriente? Tú, el socialista del partido Baas, tenías ya en 1990 nada menos que 14 palacios construidos a lo grande, como los Jardines Colgantes de Babilonia, una de las siete maravillas del mundo. Mientras tanto tu pueblo se moría de hambre. «No solo tengo catorce palacios, protestabas, tengo muchos más en todo el Irak. Pero estos no son los palacios de Sadam, pertenecen al pueblo». En cada uno de los ladrillos de tus residencias hiciste imprimir el sello de la casa y tu símbolo, la estrella de ocho puntas con la leyenda: «Construido en la era de Sadam Huseín». Para qué tantos palacios si, al fin y al cabo, Sadam, tímido, brutal y primitivo, solo eres un hombre. Derroche de mármol, salones andalusíes, florentinos o chinos, en los que lo mezclabas todo. Tú, el abogado que obtuvo el título al mostrar al tribunal examinador tu mejor pistola, de pronto doblado de improvisado arquitecto, tú el decorador, que dirigías brigadas de artesanos de Irak y Marruecos. No vas a poder disfrutar de tantas y tales maravillas, de los jardines con lagos y cascadas artificiales, los chorros de agua como los de la Alambra granadina, que tanto te impresionaron en tu visita. Tienes, tenías pasión por el agua, como todos los iraquíes. La revista Forbes te atribuye una fortuna de 7 mil millones de euros. Aseguran los saudíes que te ofrecieron el exilio dorado y que pediste 2.500 millones de dólares. Una miseria. No te conocen. Lo que te atrae de la vida no es el dinero sino el poder, el poder total, millones de personas arrodilladas a tus pies, temblando de miedo. Llegó un día en el que no te bastó que tus súbditos te besaran en la mejilla o en las manos. Tenía que ser en los dos lados del pecho, como a los hombres sagrados. Así pasan las glorias del mundo, Sadam.

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