Diario de León

El mundo contempla en directo la llegada de los carros de combate norteamericanos al centro de la capital ante la pasividad iraquí

La caída de Bagdad acelera el fin de la guerra

No faltó de nada. Hubo niños aupados por sus padres al regazo de los marines, gritos de júbilo, flores para los li

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Fue un capítulo para la historia hecho de retales de «Bienvenido, Mr. Marshall» y «Rambo», un momento inenarrable que las cámaras de televisión deglutieron con avidez y los bagdadíes vivieron con una mezcla de curiosidad y asombro. La entrada de los marines estadounidenses en el centro de Bagdad acabó con el vacío de poder creado por el derrumbamiento del régimen y con horas de caos, anarquía, pillaje y la actuación descontrolada e impune de milicianos armados. Sin embargo, la euforia no fue total. El frente norte sigue lidiando y la guerra aún no ha acabado. La capital iraquí respiró con tranquilidad ante la perspectiva del fin de las bombas y el reestablecimiento de un cierto mando en plaza, aunque la aparición estelar de los estadounidenses no terminó con las hazañas bélicas: a lo largo de la tarde y noche siguieron registrándose escaramuzas aisladas en el norte y el sur de la ciudad. A las 16.30 de la tarde (dos horas menos en la Península), el primer americano echó pie a tierra oficialmente en Bagdad. Fue a la entrada del hotel Palestina, convertido, con el vecino Sheraton, en el nuevo centro estratégico de la ciudad. El coronel Ryan McCoy, del tercer batallón del 7ø regimiento de Marines, aguantó la acometida de la prensa con disciplina. «Fue una entrada accidentada, con cierta resistencia, pero la población iraquí es muy amable y no quiere líos. Nos ha recibido muy bien, tirándonos flores», dijo el coronel, portavoz de la avanzadilla de las tropas estadounidenses. Media docena de vehículos blindados rodeaba la plaza, con sus efectivos en tensa alerta por los esporádicos disparos que se oían por los alrededores. «Estamos aquí para restablecer el orden y dar seguridad a la zona», añadió el coronel. «Porque éste es ya un país libre». El coronel McCoy fue cumplimentado enseguida por el director del Hotel Palestina, donde la víspera un carro de combate estadounidense había asesinado a dos cámaras extranjeros, uno de ellos el español José Couso. No hace falta decir que el responsable del hotel se puso literalmente a los pies del americano como hasta la víspera hacía con los funcionarios del Ministerio de Información iraquí. Business are business, y lo cortés no quita lo pragmático. Es de prever, además, que dicho establecimiento se convierta en el cuartel general oficioso del Ejército estadounidense. El hotelero, sin embargo, no fue el único. Cientos de habitantes de otros barrios acudieron a la plaza para dar la bienvenida a los marines. «La mayoría de los que están aquí, anteayer vitoreaban a Sadam», comentaba resignado el ingeniero Qais Jamir, espectador escéptico del despliegue triunfal. Entre los curiosos abundaban los chiítas y los kurdos, los dos grupos de población más castigados por el extinto régimen de Bagdad. La entrada del Ejército estadounidense se realizó desde el norte y el sur a través de la calle Saadun, que quedó completamente cortada al tráfico por las decenas de vehículos blindados y de transporte de tropas que formaban la caravana. La columna que mandaba el coronel McCoy avanzó hacia el centro por el sureste de la ciudad. «Atravesamos el río Diala hace dos días y fuimos progresando. En el camino nos hemos encontrado muy pocos francotiradores, sólo en los cruces de algunas calles. A partir de ahora nos encargaremos de la seguridad de esta área y de restablecer el orden». Media docena de blindados montaba anoche guardia en el perímetro que rodea el Palestina y el Sheraton, así como en la plaza que da acceso a ambos. Media hora después de la triunfal entrada, un centenar de marines se repartió el registro de los dos hoteles. En el Sheraton, de cuyos balcones colgaban abundantes banderas blancas, los efectivos entraron a lo Rambo en el vestíbulo, actuación que provocó dramáticas escenas: mujeres y niños levantando los brazos en señal de rendición; desmayos, ataques de histeria. Eran familias refugiadas en el establecimiento. Los marines rastrearon las plantas palmo a palmo en busca de armas, milicianos y efectivos de los «fedayines Sadam»,

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