Relato de un calvario
El crimen comenzó a idearse en el verano de 1991 por Ullastre y Guirado. Éste último buscó a los colaboradores necesarios: su amigo Pérez Funes, que colaboró en la construcción del «zulo» pero se arrepintió a tiempo; el también policía local José Zambrano, que aceptó pero que no fue juzgado porque murió en 1997, y su compañero Rafael García Camargo, que lo rechazó desde el primer momento. Por su parte, Ramón Ullastre reclutó a Sebastiá Comas, que se encargó de la custodia de la víctima a cambio de un botín de entre 6 y 10 millones de pesetas. Su esposa Montserrat, según la sentencia, conocía los planes de su esposo, «perseguía» igualmente el dinero del rescate, «colaboró» con él en la planificación y «permitió» que se utilizara su casa para la instalación del «zulo». El plan inicial fue raptar a la hija de un industrial cárnico, pero pronto se centraron en María Angels Feliu, a la que intentaron secuestrar sin éxito en tres ocasiones hasta que el 20 de noviembre de 1992 Guirado, Paz García y Zambrano lograron capturarla. La sentencia no oculta un ápice del horror que tuvo que soportar la mujer, encerrada durante 492 días en un armario empotrado del sótano de la casa de Ullastre, húmedo y que se inundó varias veces, rodeada de insectos que la molieron a picaduras. No podía asearse, estuvo cuatro meses a oscuras, y sólo comía alimentos fríos. Producto del cautiverio son las atrofias y dolencias musculares que sufrió, y de las que tardó en curar un año entero, y los innumerables traumas psicológicos que presentaba en el momento de su liberación. La familia Feliu, según la sentencia, hizo lo posible por reunir el dinero del rescate, cifrado entre 25 y 250 millones de pesetas, pero nunca pudo pagarlo por la «ineficacia» de los propios secuestradores. Al final, Iñaki optó por ponerla en libertad el domingo de Ramos de 1994 en una gasolinera.