OPINIÓN Valentí Puig
Quién gana y quién pierde
La propia naturaleza de situaciones como la iraquí lleva a preguntarse quién sale ganando y perdiendo con el desplome del régimen de Sadam Husein. De inmediato, todas las miradas contemplan el paisaje geopolítico del Oriente Medio y la urdimbre del mundo árabe. La incógnita más arrimada a los acontecimientos de Irak es Siria. Damasco ha alentado a Sadam Husein y fuentes próximas a los servicios secretos de Israel llevan días diciendo que Siria pudiera dar refugio a parte de la mafia tribal que tuvo el poder en Bagdad. En tal caso, no sería injusto decir que Assad hijo no ha resultado ser tan capaz de cálculo maquiavélico como su padre. Es útil recordar también que Siria es el último territorio en poder de un partido baasista, con dominio de influencia clara sobre el Líbano. Siria es la directa inductora del «Hizbollah». Tras la caída de Bagdad, Siria es el país que queda más aislado. Arabia Saudita es un mundo de una peculiaridad tan intensa como inflamable. En razón de sus dogmas «wahhabita», su financiación del terrorismo islámico ha merecido la desconfianza de su aliado americano. Lo que ocurra en Irak aterra a la monarquía saudita, con escaso margen de tiempo para llevar a cabo una modernización política. En Washington algunos hablan de una partición del territorio saudita, con lo que la actual monarquía se queda el desierto y la zona chiíta, el petróleo. Los analistas refieren que, en la hipótesis impracticable de unas elecciones en la Arabia Saudita, el candidato más votado sería Bin Laden. En general, la administración Bush ha optado por la opción disuasoria. El derrocamiento de la dictadura iraquí hace practicable la libertad en Irak, elimina la amenaza de armamento de destrucción masiva y al mismo tiempo muestra lo que pudiera ocurrirle a quien siga los pasos de Sadam Huseín. La Casa Blanca considera que el mensaje suficientemente claro para los países del llamado «eje del mal» al tiempo que puede invitar a la contención a otros. El mensaje central, ciertamente, queda escrito en términos del 11 de septiembre y en la declaración de guerra al terrorismo global. Irán tiene motivos para sentir especialmente incómodo el nuevo mapa del Oriente Medio. Ahí la pugna entre fundamentalistas y modernizadores tiene el correlato de un Irak y de un Afganistán bajo influencia norteamericana. Quizás favorezca a los reformistas pero también está la aceleración del programa nuclear iraní. Teherán percibe el asedio. Para el rey Abdullah de Jordania viene un respiro pero prosigue la incertidumbre. Es un margen de maniobra muy estrecho, con una población palestina soliviantada. Por su parte, Egipto ha visto grandes manifestaciones anti-USA y a la vez necesita como oxígeno la ayuda económica de Washington. Kuwait ve desplomarse a su vecino más peligroso y los Estados del Golfo garantizan su «statu quo» al haberse alineado contra Sadam Husein. Tres semanas de guerra han generado una mutación del Oriente Medio. Uno de los grandes beneficiados por la caída de Sadam Husein será muy posiblemente la sociedad iraquí, aunque deba transcurrir un período de caos. En Israel y Palestina el «efecto Irak» es incalculable. No pocos esperan que Bush hijo dé ahora un impulso al proceso de creación de un Estado palestino. A cambio, Washington garantizaría a Israel plena seguridad. Junto a los más y menos de la reconstrucción de Irak, estos interrogantes van a ser el menú de los próximos meses. En aquellas tierras, tras la caída de Bagdad ya nada será lo mismo. Incluso es postulable que el efecto sea equiparable al colapso del imperio otomano, allá por los últimos días de la Primera Guerra Mundial.