Los vecinos de los barrios se organizan para protegerse

Naser, a secas, monta guardia en una coqueta colonia de Mansur armado de dos viejas pistolitas. «Eran de mi padre, y ni me acordaba de que las tenía. En este barrio somos gente educada, universitaria, y no nos gustan las armas», se disculpa. En la empuñadura de los revólveres está inscrito su origen, una fábrica de Elgóibar. «Pero ahora las necesitamos, y nuestra vigilancia inspira más respeto con ellas», añade este bagdadí de mediana edad, dueño de dos empresas de pintura industrial. Vive con su mujer y su hijo, adolescente, en una tranquila calle de la parte normal de Mansur; la otra, la ricachona, alberga sólo embajadas y mansiones de impresión. La calle de Naser es una sucesión de chalecitos de clase media y vecindario desahogado, trabajador y afortunado. De ahí que la confianza que habían depositado en su futuro se les fuera al garete de repente, en cosa de un solo día. «Una noche nos fuimos a la cama con policía, y al levantarnos a la mañana siguiente había desaparecido. ¿Qué podíamos hacer? Organizarnos entre los vecinos, para protegernos», apunta Naser, secundado por su hijo, que le ayuda en el bloqueo de su calle.