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OPINIÓN Martín Martínez

La memoria de Astorga

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León

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En la Pascua Florida de este 2003, cuando ya se habían encendido los cirios de la Resurrección, se extinguía la memoria de Astorga. Luis Alonso Luengo, la memoria de Astorga, el patriarca de nuestras letras, había sobrevivido a sus compañeros de viaje despidiendo emocionado en aquel trágico 1937 a Juan, a Leopoldo en unas festivas jornadas de agosto, y a Ricardo más tarde, aunque ya en un lejano 1991. Quedaba como superviviente de aquel grupo que un día Gerardo Diego calificara como la Escuela de Astorga, como memoria del esplendor literaria de un siglo XX que en la ciudad resultó fructífero, en grado sumo. Luis Alonso se alzó, muy joven, con la memoria de Astorga. Fue el instigador de aquella primera, e irrepetible Guía artística y sentimental de Astorga, en la que él puso la fantasía, Ricardo la crítica racionalista y Leopoldo la rima. Ocurrió el mismo año, 1929, en que Alonso publicara sus Estampas y madrigales; y aunque nunca la abandonó definitivamente, allí dejó de ser el poeta de la Escuela pasando, sin solución de continuidad a ser la memoria de la ciudad. Hágase, si no un repaso, somero tiene que ser, para ver el alma de Astorga, las raíces, la intrahistoria de la ciudad, en todos sus escritos, y sus entronques con la comarca, a las que dedica sus desvelos junto a sus trabajos. Que por algo están sus libros como Los maragatos, Santo Toribio, Don Suero o El relojero Losada. Ningún astorgano debe quedar sin leer su entrañable La cigüeña de Palacio donde se trasluce en encanto el ensueño de un niño de la ciudad, o El teatro en Astorga, repertorio mágico e inagotable para quien desee conocer las bambalinas y entresijos escénicos de una ciudad que, a lo largo de los siglos, ha sido arquetipo de artes escénicas. Luis Alonso lo dice todo y más. Pero quien quiera saber de la Astorga del siglo XX ha de recurrir, ineludiblemente, a los escritos de este hombre, a quien esta tarde despediremos con emoción, con nostalgia, con cariño. Con la emoción que el sentía cada vez que hablaba de su ciudad, y casi siempre hablaba de ella; con la nostalgia con que la soñaba en sus continuadas ausencias, marcadas por su vida laboral lejos de la patria chica; con el cariño con el que se reencontraba con la misma, en ocasiones que propiciaba a menudo; con el recuerdo que le impregnaba Astorga en sus viajes a Egipto, Turquía o Praga, donde la presencia astorgana era para él obligada en alguna similitud; con el afecto que él recorría sus vetustas calles, siempre motivo de sus recuerdos, siempre en sus labios y haciéndose lenguas de cuanto entre sus murallas se encierra. Y en estos sentimientos nos dejó, como último legado, el inapreciable libro La ciudad entre mí, un recorrido sentimental-histórico-literario-recordatorio de rincones y pasajes, de paisajes y paisanajes, de tipos y costumbres, gentes y objetos, de usos y hasta abusos que llenaron todo un siglo del que don Luis ha sido memoria. Y así, él nos regaló con la crónica de cuantos acontecimientos sucedieron, porque no en vano en su día lo designaron como Cronista Oficial de la Muy Noble, Leal y Benemérita Ciudad de Astorga; a cuyos títulos se añadieron los de Magnífica y Augusta, en 1986, a lo que él colaboró gustoso. Como cronista ejerció, quieta y pacíficamente han de decir las crónicas; como tal cumplió, escrupulosamente con su deber. La ciudad y el Señor se lo premien.

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