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OPINIÓN Victoriano Crémer

Morir en primavera

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León

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La noticia me ha dejado trastornado. Luis Alonso Luengo había sido y lo será durante mucho tiempo, si la Providencia lo permite, no tan sólo un maestro, sino, sobre todo, un amigo y un ejemplo. Desde tiempos ya históricos y, para los supervivientes, memorables, habíamos establecido lo que cabría calificar de unas biografías paralelas: nos habían nacido en tierras muy hondas y sensibles -Astorga de su Gran Escuela de la poesía y de la literatura- y juntos, como quien dice, habíamos continuado sin interrupción, siempre con la carga de un entendimiento ejemplar. Sus versos habían servido para despertar en mí algunas de las resonancias conseguidas al vuelo y sus trabajos de investigación histórica me habían provisto de los medios fundamentales para entender la aventura de León, tierra sagrada en la que ambos nos sentíamos añadidos humildemente como instrumentos casuales de la investigación de singularidad de lo leonés. No se conoce en toda la antología de la literatura leonesa ninguna otra figura que, como la de Luis Alonso Luengo, dispusiera de un bagaje más rico y evidente para el esclarecimiento de la identidad leonesa. Y cuando el padre Pérez de Urbel se aventuró a proponer como manantial fundados de la idiosincrasia nacional la Castilla de Fernán González, fue Luis ALonso Luengo el que replicó imponiendo la realidad histórica. Y la corta pero entrañable novelería de Luis, tan ajustada a los cánones clásicos y tan cuidadosa de la forma como de la identificación humana de sus contenidos, fue durante tiempo y tiempo la ruta por la que caminamos los que iniciabamos nuestra andadura. Ninguno de los rasgos peculiares de la vida leonesa y de sus orígenes le fue ajeno a Luis Alonso Luengo y a la par que extravagaba gloriosamente componiendo sus Estampas y madrigales, acuñaba la figura del carromatero maragato sin duda uno de los perfiles fisiológicos que mejor concuerdan con la manera de ser del leonés. Fue y seguirá siendo «Leonés del Año» y aparecía entre los galardonados o distinguidos con la Medalla de Oro de la Diputación, como Cronista de León entero que era y que será. En esta hora triste de la despedida definitiva, cuando siento con mayor pesadmbre que me estoy quemando solo con mi sombra y que hombres de la condición de Luis Alonso Luengo no deberían morir nunca, porque con su desaparición se pierden los fundamentos de la hombredad leonesa, quizá fuera lo más conveniente despojar al escritor, al poeta, al historiador, al jurista de sus solemnes vestiduras para dejarle en lo que, a mi parecer resulta más digno de ser anotado y más significante: su enormísima calidad humana. Su anclaje en los mejores campos de la ética y su valentía. Porque Luis Alonso Luengo fue hombre que nunca dio la espalda ni a la razón ni a la justicia. Cuando, en momentos de litigio con la dictadura de Franco un trabajador humilde y sin amparo, se vio acosado por la sinrazón del poder, y cuando la mayor parte de los hombres de la magistratura y de la abogacía eludían el compromiso de cargar con la defensa de los derechos ultrajados, un abogado, zarandeado también por los vientos encontrados de la política al uso, Francisco Roa de la Vega, aceptó el arriesgado encargo y llevó ante la Magistratura del Trabajo, de la cual era titular Luis Alonso Luengo, nada menos que a la Delegación Nacional de Prensa. Se movilizaron todos los mecanismos de la dictadura para zanjar el enojoso incidente y evitar que se convirtiera en argumento de obligada jurisprudencia. Y, contra toda previsión, el pleito lo ganaron los defensores de la justicia. Y Luis Alonso Luengo sentó jurisprudencia condenando nada menos que a uno de los fundamentos de la dictadura. Había alcanzado la edad de noventa y seis años y la edad no perdona. Desde su silencioso retiro, ya anclado en Madrid, a la sombra de la Casa de León que él había levantado y mantenido durante muchos años, todavía dejaba escapar su recuerdo y su imaginación por entre los bastimientos que le recordaban a León y se dejó ganar ya por el último envite de la muerte. Morir, Luis en primavera, es doloroso. Lo siento, compañero del alma, lo siento.

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