La metamorfosis del «cipayo»
Misterios del PNV: cómo un hombre galardonado por su contribución a la paz y la tolerancia (Manos Blancas, 1997) o por su «coraje cívico, el valor añadido de su claridad y rotunda oposición a la extorsión terrorista» (premio Lumbrera, de Onda Cero, 1992) se ha transmutado en un peón de la causa independentista y defensor a capa y espada de la integridad parlamentaria de Batasuna. Juan María Atutxa (Villaro, Vizcaya, 1941) ha sorprendido a aquellos que lo consideraban representante del ala moderada del nacionalismo. Una etiqueta que se forjó en su puesto de consejero del Interior del Gobierno vasco (1991-1998) y, por tanto, jefe máximo de la Ertzaintza. «Cipayo, los días que te quedan son una cuenta atrás» era la leyenda que aparecía en los carteles de los radicales, junto a su cara en el centro de una diana. Atutxa mantuvo una posición de permisividad cero hacia cualquiera de las variantes del terrorismo y ordenó operaciones de envergadura, como la que desarticuló la red de cobro del impuesto revolucionario. ETA intentó acabar con su vida hasta en siete ocasiones; la última, en 1995, con un rifle de mira telescópica. Pero estas cualidades no fueron apreciadas en el partido que lidera Xabier Arzalluz, que en los años 90 experimentó un endurecimiento de sus posiciones, preludio de lo que sería la apuesta soberanista de Ibarretxe. Durante el último año, la figura de Atutxa ha caído en esa brecha que separa en dos mitades el País Vasco. Puso en entredicho el cierre del diario Egunkaria, concedió la palabra a un diputado aberzale el mismo día que ETA atentaba en Sangüesa y la familia de Joseba Pagazaurtundua lo ha acusado de propiciar su asesinato por haberle forzado a volver a Andoain contra su voluntad. El presidente de la Cámara vasca no ha dudado incluso en usar su voto de calidad para dilatar el proceso de ilegalización de Batasuna.