Diario de León

El golpe de viento que murió y mató en un minuto

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La Policía Judicial de la Guardia Civil emitió un exhaustivo informe sobre el desarrollo del incendio. Una inspección ocular y el reportaje fotográfico ampliaron el atestado que tramitó el Juzgado de Primera Instancia número 2 de León. La hora fatal El fuego, según los testimonios de los vecinos de las localidades próximas, se inició en la ladera del monte de Cazarnoso, un lugar muy próximo al valle y con cara al pueblo de Andarraso. El primer conato fue detectado entre las 12.30 horas y la una de la tarde del 13 de abril de 1995. La acción de los vecinos de Ponjos y las brigadas de extinción de incendios de la Junta lo dieron por extinguido a las nueve de la noche, aunque las condiciones climatológicas lo reavivaron dos horas después. A la una y media de la tarde del día siguiente, una brigada de extinción de incendios, al mando de un ingeniero forestal y compuesta por siete personas, se dirigió al fondo del valle por donde discurre el arroyo Candanedo. Allí aprovechan para repostar las cisternas individuales de agua y es cuando observan el fuego que baja por la ladera en su dirección. A la vez, una máquina excavadora va realizando un cortafuegos que poco a poco hace que el frente se estreche hacia el riachuelo, por lo que la brigada decide ascender por la ladera para situarse por detrás del frente y así ir extinguiéndolo. Para ello deben cruzar otro arroyo, el Linares. Cuando se hallaban a unos 150 metros del fuego, en una zona de gran maleza y roble joven, se produce un cambio brusco en la dirección del fuerte viento, que dirige las llamas contra ellos. Dan la voz de alarma y consiguen escapar ilesos dos de los componentes por la parte superior de la ladera. Otro logra salvar su vida tras refugiarse en un tramo del arroyo Linares, donde hay agua. El resto fallecen entre las llamas. Los brigadistas Ana Esther Dávila Díez, Isabel González Quiñónez y Benigno García Fernández perecieron a la una y media de la tarde del día 14. Benigno González Llamazares fue la cuarta víctima. No murió, pero sufrió quemaduras de gran gravedad con secuelas. Ana fue la primera a quien le atrapó el fuego. A continuación, Benigno, quien intentó resguardarse en el arroyo, como hizo el herido, aunque en su tramo no había agua. Por último, Isabel, quien consiguió cruzar el arroyo, pero finalmente y quizá debido a la asfixia, fue también presa de las llamas. Los cuerpos ya sin vida de Isabel y Benigno se encontraron a unos diez metros de distancia. La primera pudo ser identificada por los pendientes, una cadena de oro rota y una alianza de oro que aún conservaba. El del segundo, acurrucado, sostenía todavía en ambas manos restos de matorrales con los que intentó cubrirse. Su identificación fue posible por los restos del chándal que vestía, de tipo militar. Ana estaba a unos 20 metros de ambos. De ella se identificó pelo de color caoba, que llevaba atado con una goma rosa. La voz de alarma El punto exacto donde ocurrió el suceso fue la parte inferior de la ladera, situada al oeste del arroyo Linares, afluente del río Candanedo, que discurre por todo el valle. Esta descripción orográfica, que en otras circunstancias estaría de más, fue imprescindible en este procedimiento, sobre todo si se tiene en cuenta que la cuarta víctima pudo salvar la vida tras arrojarse al arroyo. En la ladera donde se originó el suceso, el fuego alcanzó grandes dimensiones, ya que había gran cantidad de matorral y roble joven de una altura media de tres o cuatro metros. El suelo, muy pedregoso, dificultó aún más la huida de los brigadistas, una vez dada la voz de alarma.

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