Diario de León

Francisco y Óscar aseguraron ayer que su experiencia ha demostrado que la integridad de los mineros sigue viva

«El miedo no paga las deudas, y por eso mismo tengo que volver a la mina»

Mientras Francisco volverá al tajo, Óscar considera que aún necesita tiempo para reflexionar.

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Cristina Fanjul/Roberto Arias - ponferrada
Ponferrada

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«A partir de ahora, siempre estaremos juntos; somos grandes amigos. Nos debemos el uno al otro algo más que amistad. Compartimos 48 horas muy difíciles, pero muy difíciles, duras de olvidar». Con estas palabras, Elder Francisco Magro describía ayer a la salida del hospital, la relación que, a partir de ahora, le unirá al compañero con el que luchó durante dos días enteros por permanecer ligados a este lado del mundo. Practicamente dos desconocidos antes de la tragedia, Francisco Magro y Óscar Fernández se fundían ayer en un emocionado abrazo después de recordar las 48 horas que se vieron obligados a compartir por la violencia de la mina. Los barrenistas salían del Hospital del Bierzo alrededor de las once de la mañana después de haber pasado la noche en observación. Salían juntos, aún con la fatiga dibujada en sus rostros, pero con la sensación de haber recuperado ya todo el tiempo que perdieron encerrados al otro lado del túnel. En el único punto en el que divergen es en la posibilidad de volver al tajo. «El miedo no paga deudas, y como no paga deudas, hay que seguir trabajando», comentaba Francisco. «Me quedan tres años para la prejubilación, y necesito un empresario que me de un trabajo justo para acabar mi vida en la mina; tres años más y largarme», se extendía el más veterano, que recordaba además que lleva en este oficio desde los catorce años. Óscar se mostraba más cauto y con un lacónico «Yo no, me lo pensaré, tengo mucho que pensar», parecía cerrar la puerta a volver a aventurarse en las profundidades de la explotación. Los barrenistas tuvieron tiempo ayer para recordar a qué dedicaron el tiempo que pasaron atrapados. «Tienes un pensamiento en tu cabeza acerca de los que están fuera, que son los que están peleando por tí, los que verdaderamente están sufriendo; nosotros, al fin y al cabo, sabíamos que estábamos vivos», explica Francisco. Su mayor preocupación siempre fueron sus familias, y una de sus mejores momentos se produjo horas antes del rescate, en el momento en el que las brigadas pudieron tener comunicación directa con ellos. «En ese momento, le dije a Óscar, a partir de ahora, nuestra familia va a sufrir menos, porque sabe que uno de nosotros está vivo», explica. También tuvieron un recuerdo para todos los que sufrieron desde el otro lado el miedo y la incertidumbre, trabajando sin descanso para conseguir que la historia supusiera tan sólo un punto y aparte en sus vidas. «La minería del Bierzo murió hace mucho tiempo, eso lo sabe todo el mundo, pero lo que no ha muerto ha sido la integridad de los compañeros; eso se ha visto y demostrado», señalaba Francisco, para agradecer después todas las llamadas que ha recibido de compañeros patrios e, incluso, del vecino Portugal. «Al fin y al cabo, queda la certeza de que no hemos dejado de ser humanos», decía emocionado. Asimismo, ambos aseguraban que en ningún momento tuvieron la idea de tirar la toalla. «Lo que sí hubo fue el ansia de ayudar desde dentro con el fin de intentar salir lo antes posible», comentaban. Francisco y Óscar se expresaron con absoluta normalidad al ser preguntados acerca del derrabe y consideran que se trata de una desgracia que puede caerle a cualquiera. «Fue algo tan rápido e inesperado que no nos dio tiempo a reaccionar», describen. Además, explican que desde el primer instante fueron conscientes de la magnitud del accidente. Por ello, trataron de ahorrar la luz de la lámpara que mantuvieron con ellos, utilizaron los botes de Coca-Cola como improvisados recipientes que colocaron bajo una gotera con el fin de no sufrir de deshidratación, y racionaron la escasa comida de la que disponían. En este sentido, Óscar recordaba que estuvo a punto de tirar un trozo de pan en los primeros momentos del encierro. «Le dije, no lo tires, que te va a hacer falta», explicó Francisco. «El trozo que iba a tirar lo metió en la bolsa y el bocadillo lo dejó colgado en un alambre; dos días después lo comió a oscuras, sin saber como estaría de mosquitos. Le dio igual, porque el hambre es la ostia», decía entre las risas de su compañero. La pequeña historia de estos dos hombres terminó ayer; la de verdad continúa hoy, una vez que dejaron atrás las cámaras, los flashes y el interés informativo, una vez que despertaron del aislamiento y la húmeda oscuridad que les convirtió en los protagonistas durante casi cincuenta horas.

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