OPINIÓN
Delirio marbellí
COMO ESTABA previsto, ayer prosperó en Marbella la moción de censura para apartar de la alcaldía a Julián Muñoz, heredero de Gil cuando éste tuvo que resignar la vara de mando por inhabilitación judicial. La pintura de lo sucedido es goyesca, tragicómica, detestable: ocho tránsfugas del GIL, seducidos por el propio fundador de esta organización populista en contra de su epígono, junto a tres tránsfugas del PSOE expulsados por su propio partido, entre ellos Isabel García Marcos, la concejala que más se caracterizó desde 1991 por la dureza de la oposición a Gil, y a otros tres tránsfugas del Partido Andalucista, que tienen ya abierto expediente de expulsión, han tomado el poder sin que se sepa ni cuál ha sido el catalizador de la extraña alianza, ni el proyecto que un grupo tan heterogéneo pretende impulsar. Las certezas que rodean esta enigmática cuartelada son escasas pero reveladoras: Jesús Gil, con importantísimos intereses inmobiliarios en Marbella, ha estado detrás de la moción de censura. Y ésta se presentó al día siguiente de la destitución por Muñoz del gerente de urbanismo, Juan Antonio Roca, mano derecha de Gil. Muñoz había hecho, además, algunas declaraciones en las que, tras el rechazo definitivo a los últimos planes de urbanismo, manifestaba su deseo de pactar con la Junta de Andalucía un nuevo Plan General de Ordenación Urbana que sustituyese al vigente, de 1986. Ya era pintoresco y desolador que Jesús Gil mantuviese en Marbella tanto ascendiente, después de una dilatada confusión entre los intereses públicos y sus intereses particulares que ha derivado en docenas de querellas, casi todas en fase de tramitación. Pero resulta sencillamente inaceptable que aquel personaje, aun después de ser excluido por una sentencia condenatoria de los tribunales, conserve el control del Ayuntamiento, hasta el extremo de forzar una operación como la que acaba de tener lugar. Obviamente, muchos pensamos, como la propia fiscalía, que muy probablemente el cambio de tantas voluntades no ha sido espontáneo sino inducido por persuasivos «argumentos» transportados en maletín. La impotencia de las fuerzas convencionales ante la demagogia de un cacique semianalfabeto que no se recataba de manifestar su intención de gestionar Marbella como una finca privada debería ser motivo de profunda reflexión para todos. Para los ciudadanos que con su voto irreflexivo abonaron aquel fenómeno, pero también de los partidos que naufragaron estrepitosamente ante las sugestiones fascistoides de aquel personaje.