El coche bomba, que explosionó cerca de la mezquita del imán Alí de Nayaf, ha causado también un centenar de heridos
Un atentado deja 80 muertos en la zona de Irak que estará bajo mando español
Entre los fallecidos se encuentra el líder del Consejo de la Revolución Islámica, Mohamed Bakir
A las puertas de la mezquita del imán Alí, un joven se afana en recoger restos humanos armado con dos palos de madera. Hay sangre por todas partes. Media docena de coches calcinados dibujan el círculo de la onda expansiva de lo que ha debido de ser una explosión descomunal. En el epicentro, lo poco que queda del coche bomba y un cráter de más de medio metro de profundidad. Todo está teñido de negro. Las tuberías de toda la calle han reventado y el agua forma pequeñas lagunas rojizas en las que nadan zapatos y ropas chamuscadas. Hace poco más de una hora que el lugar más sagrado para lo chiíes, el centro de Nayaf, ha saltado por los aires. Lo ha hecho en la peor hora del día y en el peor día de la semana. A las dos y cuarto, en el viernes de oración, cuando miles de fieles salían de rezar en la mezquita del imán Alí, el mundo saltó por los aires. El objetivo parece haber sido matar a Mohamed Bakir Al Hakim, presidente del Consejo Supremo de la Revolución Islámica, la principal organización chií en Irak, pero por el camino se han llevado la vida de un montón de personas, al menos 80. En los alrededores del templo, los rumores van y vienen. Unos dan por muerto a Al Hakim, otros no. Sólo hace cinco días que otro coche bomba intentó matar a su primo, Mohamed Said Al Hakim. La mezquita resistió Incomprensiblemente, los muros de la mezquita han resistido el impacto, a pesar de que no deben estar a más de siete metros del coche bomba. El edificio de enfrente se ha venido abajo. Pareciera que le hayan arrancado de cuajo la fachada. El balcón se ha quedado colgando y amenaza con romper la cabeza de los cientos de curiosos que se agolpan en este teatro de muerte y destrucción. De lo que fue un puesto de bebidas, sólo quedan unos pocos hierros retorcidos y latas reventadas. De quien fue su dueño, apenas las chanclas y una camisa ensangrentada. Alrededor hay un charco en el que se mezclan sangre, agua y Pepsi. Gritos. Alguien cree haber encontrado a un amigo entre los escombros. Remueven los cascotes con las manos. Falsa alarma. Hemos sacado muchos cuerpos de los escombros. Ha habido muchos muertos, gente que pasaba en coche por ahí en el momento de la explosiónó, dice Seid Ahmad, de 27 años. En medio de la conmoción, un policía cree haber encontrado el mando a distancia con el que se accionó la bomba. No faltan razones para creer que el atentado se llevó a cabo de esta manera. Por control remoto Si hubiera sido un suicida, la explosión se habría producido más cerca de Al Hakim. Nazir, de 28 años, que había pasado por ahí unos minutos antes de la explosión, asegura que vio a dos tipos con pinta de sunnitas, de la zona de Ramadi. Los vio llegar en un Nissan blanco y no duda en adjudicarles el atentado. Su testimonio coincide con el de muchos en las calles de Nayaf. Culpan a los sunnitas y a miembros de Baaz, el partido de Sadam Huseín. Y hablan de decenas de muertos. Para comprobarlo nos acercamos al hospital Sadam, el más importante de Najaf. Ya ha sido tomado por las fuerzas norteamericanas, que hasta que los españoles y latinoamericanos les tomen el relevo la próxima semana mandan en la ciudad. Los soldados vigilan el centro a punta de ametralladora e intentan contener a una multitud de familiares que buscan, desesperados, conocer el destino de los suyos. En las puertas del centro quedan evidencias de lo que ha debido de ser una hora de infierno. Guantes de látex flotando en un charco de sangre. La situación no es mejor adentro.