| Crónica | Los familiares no olvidan |
Los huérfanos de la barbarie
A Christina Marie Aceto le tocó leer los nombres listados bajo la letra «A», que eran más de un centenar. La niña de 12 años lo hizo con voz serena, pero al llegar a uno se detuvo. «Te quiero, papi. Te hecho mucho de menos», dijo temblorosa. «Richard Anthony Aceto», concluyó. Su madre la observaba desde lejos, conteniendo las lágrimas bajo unas gafas oscuras, con un gesto de dolor. El especialista fiscal de 42 años trabajaba en las oficinas de Marsh & McLenman en la Torre Norte del World Trade Center. Christina era su única hija. Aquel 11-S de 2001, la familia acababa de volver de un crucero por Alaska. «Las adoraba», recordó una de sus compañeras de trabajo. Por el sencillo escenario de la Zona Cero desfilaron más de 200 niños, todos ellos huérfanos de uno de sus seres queridos. Poco a poco, los 2.792 nombres de las víctimas del 11-S sonaron por los altavoces del desabrido solar, excavado siete pisos bajo el suelo, donde hasta hace dos años se alzasen las Torres Gemelas. Se tardaron dos horas y media, con apenas cuatro interrupciones, en las que sólo las lentas campanadas de un bombero quebraron el silencio. La primera, a las 8.46 am; la segunda, a las 9.03, hora en la que un segundo avión se incrustró en la Torre Sur. Ayer, por un día, los políticos dejaron a un lado sus discursos demagógicos y recurrieron a la simplicidad de la poesía y las frases célebres que resumieran el dolor de las miles de personas que descendieron hasta la Zona Cero. Fueron momentos difíciles para todos. Muchos de los familiares han confesado temer la llegada de este día, en el que se les fuerza a revivir el dolor. «Sólo sirve para sufrir más», suspiró Tahira Khan, que perdió a su hijo de 29 años. Algunos, como Regan Grice-Vega, se han propuesto utilizar la destacada fecha para cerrar el duelo y empezar de nuevo con su vida. Mientras dejaba caer una rosa en la plataforma de agua instaladas para simbolizar los pilares de las dos torres, la joven de 39 años le decía adiós a su marido, apretando los labios, con una lágrima rodándole por la mejilla. Ha vendido el piso de Manhattan en el que vivieron juntos y se ha trasladado a una casa de Brooklyn con su hija de tres años, que nunca podrá conocer a su padre. De ese acto amenizado con el canto de los coros de niños, que sonaban casi fantasmagóricos en el solar vacío, sacó por fin fuerzas para quitarse el anillo de boda. Showkatara esta convencida de que su hija Shakila Yasmin puede regresar a casa en cualquier momento. Como hace dos años, ayer el cielo sobre la Gran Manzana era de un azul limpio, y la luz de otoño marcaba el fin del verano. Alrededor de la Zona Cero los edificios se han llenado de vida, pero miles de personas se fueron a casa a enfrentar un nuevo invierno con la conciencia renovada de que sus seres queridos no volverán nunca.