| Testimonio | Una maltratada cuenta su experiencia |
«Me pegaba y luego se ponía a ver dibujos en la televisión»
Un tercio del cuerpo de Alicia apenas se mueve. Esta coruñesa tiene una incapacidad del 37% porque un día su ex marido la golpeó con tal crueldad que la lastró de por vida. La macabra ceremonia se repetía casi a diario. Ese hombre azotaba el cuerpo de Alicia sin el menor duelo hasta que caía rendido por el cansancio. Y para Alicia, más doloroso que las palizas era lo que venía después, «el espectáculo de verlo frente al televisor comiendo fruta y viendo dibujos animados». Como si nada. Peor que eso: La condena duró 16 años. Hoy, separada, regala una reflexión de las que ponen los pelos de punta: «Cómo pueden llamarlos maltratadores cuando son torturadores. Póngase usted en mi lugar y dígame cómo llama-ría a una persona que le pega casi todos los días, la lesiona, la viola, la insulta, la humilla. Y todo eso durante 16 años. No es eso la peor de las torturas». Alicia recibió la primera paliza al mes de casarse. ¿Por qué no lo dejó? «Yo estaba enamorada de él. Me pedía perdón y yo le creía. Le creí durante 16 años», responde. Al poco tiempo de contraer matri-monio, Alicia quedó embarazada. Pero su estado no frenaba la ira de su esposo. La mujer recuerda que «encinta de ocho meses, me llevó a un descampado y allí me golpeó con un palo hasta dejarme inconsciente». Durante aquellos primeros años, Alicia sólo lloraba, pero ni por asomo se atrevía a denunciar-lo. Y cuando lo empezó a hacer (aparece a la entrevista con una gorda carpeta con decenas de sentencias condenatorias) «no sirvió de nada». En una ocasión la golpeó con un paraguas por todo el cuerpo. Su marido pagó por ello 5.000 pesetas de multa. Sentencias como ésta las tiene a mares. Ni siquiera cuando la violaba después de golpearla recibía su esposo castigo alguno. Sus palabras suenan a disparos de rabia contra el mismísimo cielo. Sobre todo al recordar «lo poco o nada» que hizo por ella la Justicia. «Cuando logré la primera sentencia que lo obligaba a alejarse de mí, me entero de que vivía a 50 metros de mi casa», cuenta la joven. Luego, ya separados, comenzaron las amenazas. La Policía le dio un teléfono móvil de emergencia. Pero Alicia no confía en él. Siente miedo. «No por mí, que me da igual, sino por mi hijo, que me da vida», concluye.