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Más de mil familias leonesas tienen que sobrevivir con unos recursos que les excluyen de un nivel de vida aceptable

«He vivido en los mejores hoteles y he dormido en los mejores portales»

Una veintena de personas viven en la calle bajo la sombra de un pasado que pocos quieren recordar

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Marco Romero - león
León

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«Ya he empezado a ver a inmigrantes que buscaban trabajo con un cartón debajo del brazo yendo a dormir a Papalaguinda» SOR CLARA, responsable del comedor para transeúntes El lugar donde vivía Avelina está rodeado de plásticos y cartones buscados a conciencia en la calle. Era un recoveco muy bien escogido en las cercanías del parque de La Candamia, discreto y bien preparado para la lluvia y las heladas. Una tienda de campaña era su casa. Pero Avelina falleció el 19 de octubre por causas que todavía no están esclarecidas, a falta de que el forense de los Juzgados de León reciba los análisis remitidos al Instituto Nacional de Toxicología. Su estado físico se encontraba muy deteriorado -estaba afectada por una grave artrosis-, fruto de dos décadas de vida en la calle, razón que lleva a pensar a los policías científicos que investigan el caso que el fallecimiento se produjo por circunstancias naturales, aunque nada es definitivo por ahora. Avelina fue desalojada de las inmediaciones de una gran superficie. Parece que su presencia en una zona sin urbanizar molestaba a los vecinos de un polígono cercano. Su caso en las estadísticas apenas es testimonial, pero el último sondeo de Cáritas revela que el 1,06% de los leoneses (5.610 personas), que es un 0,68% de los hogares (1.092), vive en extrema pobreza, lo que quiere decir que sus ingresos no superan el 15% de la Renta Nacional Disponible per cápita, que se sitúa en los 849,4 euros mensuales (141.360 pesetas). Esta situación supone que sobreviven con menos de 140 euros al mes por persona y que, además, suele tratarse de hogares con seis miembros de media. Pobreza grave y precariedad La misma fuente subraya que la pobreza grave (entre el 16% y 25% de la RND, es decir, menos de 215 euros al mes) afecta al 1,69% de los hogares, lo que abarca a 13.900 leoneses, un 2,65% de la población total. En cuanto a este tipo de pobreza, León se encuentra en el puesto noveno del ránking nacional. Ya bajo el umbral de pobreza (entre el 26% y el 50% de la RDN), la provincia se encuentra en el puesto 41. Alrededor de 26.000 hogares, unos 102.000 habitantes, se las apañan con menos de 430 euros mensuales por cada miembro familiar. La última macroencuesta realizada en la UE para comparar los niveles de pobreza en todas las regiones constata que esta situación afecta al 18,4% de los ciudadanos. Castilla y León, en este sentido, se encuentra ligeramente por debajo de la media (18%). Sin apoyo institucional La limitación de los recursos materiales, culturales y sociales que excluyen de un mínimo nivel de vida aceptable a este grupo de la población, sobre todo al que lleva condiciones de vida más extremas, no está teniendo una respuesta contundente por parte de las administraciones. Son Cáritas, la Asociación Leonesa de la Caridad, los hermanos de San Juan de Dios, la obra social de los Capuchinos y la Sociedad de San Vicente de Paúl quienes, en esencia, se están haciendo cargo de los más pobres y, especialmente, de quienes viven en la calle. El próximo día 17 retomarán el centro Calor y Café (Plegarias, 6), un refugio para transeúntes en situación de mínima exigencia donde once sin techo pueden alternar la calle y tomar algún tipo de tentempié para que su situación sea menos gravosa. Este centro no funcionaría sin la cooperación de voluntarios y del apoyo decidido de los paúles, sociedad que ya ha aprobado un proyecto para trasladar este servicio a sus instalaciones, en la calle de San Pedro. Sor Clara, religiosa responsable del comedor de la Caridad, está muy cerca de los problemas de los indigentes. Advierte sobre una nueva situación que se está produciendo en los últimos meses y que comienza a afectar de forma muy negativa a los inmigrantes. Su llegada a León, casi siempre con pocos medios, les obliga a utilizar el comedor y los demás servicios frecuentados por transeúntes con problemas de desarraigo y casi siempre afectados por una drogodependencia o el alcoholismo. «Claro, llegan con intención de buscar un trabajo, se encuentran con eso el primer día y muchos de ellos ya no salen de ahí. Ya he empezado a ver a alguno con el cartón debajo del brazo para ir a dormir a los jardines de Papalaguinda», confiesa. «Éste, un sitio donde se les mete con gente marginada, no es un recurso para ellos», añade. Sor Clara echa de menos el eslabón que falta en la cadena, un taller ocupacional donde los usuarios de la Caridad no rompan el itinerario que les lleve a la normalidad: desayuno, trabajo, comedor, trabajo, cena y cama. Noches junto al calor del dinero Y en este marco, el caso de la desaparecida Avelina no es el único. Muchos de los indigentes que han hecho de la calle su hogar son repudiados y no tienen fácil ni siquiera encontrar un lugar abandonado donde resguardarse. Con la lle gada del frío duermen al calor del dinero de los cajeros automáticos, o en portales que quedan abiertos. Algunos aprovechan el resguardo de los árboles de un parque o las casetas de los juegos infantiles de Papalaguinda para soportar las bajas temperaturas, que ya han bajado de los cero grados. Y otros, los que menos, se buscan una pensión. Titi y sus locas publicaciones Es el caso de Titi. Él se mueve por los bares del Barrio Húmedo. Hoy es medianoche y llueve, mal tema. La gente de la calle prefiere madrugadas de frío. Su madre, fotógrafa. Su padre, ya fallecido, muralista. Ambos son de procedencia andaluza, por eso al trasladarse de Madrid a Bilbao hace ya muchos años eran conocidos como los coreanos. Cuando era un chaval, Titi soñaba con ser el batería de un grupo de música. «Siempre estaba tocando botes de alta». Fueron sus primeros días de calle. 50 años después, el portal de una emisora de radio o una pensión barata son su hogar. «He dormido en los mejores hoteles y he vivido en los mejores portales», dice mientras repasa su vida bajo los focos de un bar. El punto de inflexión de su historia ocurre cuando fallece su padre. «Él siempre nos había acostumbrado a vivir con pasta», explica. Su hermano, «zapatero, pero no remendón», montó una pequeña empresa de saneamientos. «Todo iba bien, incluso teníamos un chalé en Cercedilla todos los veranos». Luego dice que se convirtió en productor de radio y que ganaba 100.000 de las antiguas pesetas por semana. «Más tarde hice de humorista, pero como bebía tanto no se me entendía lo que decía y el jefe no me pagaba». «¿Y nunca has encontrado la estabilidad, ni siquiera en un amor?», se le pregunta. «En realidad, como vivía tanto, nunca buscaba el amor. Cuando bebes demasiado no lo buscas», confiesa. «Estás en un mundo loco, te vas a un «puti club» y...». Una vez conoció a una filandesa. El primer día le llevó a su casa, y allí se pasó cinco años. «Era tan buena persona que debía seis meses de comunidad y vendió el piso para pagar la deuda», recuerda. Es su único amor confesable. Los primeros ingresos Al vender su hermano la empresa le dio parte del dinero y Titi se fue trabajar de mimo al sur. «Imitaba a un bobbie (policía británico) y ganaba diez mil diarias. Me ponía en Puerto Banús, y allí había días de 32.000 pesetas». Se marchó a Lisboa, donde vivió muy bien. Y a continuación, Benidorm, donde tampoco llegó a pasar hambre. El bar donde se produce la entrevista con Titi está dibujado por cañas, pinchos y una copa de brandy. De fondo suena lo último de Van Morrison. Es casual, pero el título bien podría ser un retrato de la vida de Titi («What's wrong with this picture?» o «¿Qué es lo que está mal en este cuadro?»). Luego tocó Badajoz y más tarde Sevilla. «Allí tuve un éxito de la hostia y dormía en hoteles de tres estrellas». Pasó a Málaga. Nada más llegar, se encontró con un amigo, el pintor Campos Martín, que viajaba al día siguiente a León para participar en el concurso de pintura rápida. Ese año consiguió el segundo premio. Y lo celebraron a tope. Titi se confiesa «bohemio cien por cien», por eso rechaza cualquier ayuda. «Paso de cobrar el subsidio porque soy un triunfador»,dice convencido. Ahora dice dedicarse a escribir guiones. «Lo que pasa es que hasta que no te crees que eres el mejor no lo eres, y yo me he dado cuenta de que soy el mejor». Su última obra se titulará «Fin del mundo: 2050», que entregará a Almodóvar, «pero en mano», aclara. «De momento, con lo que gano en la calle improvisando puedo subsistir, pero bebo más de lo que gano». Inicia uno de sus recitales espontáneos: «Buenas noches, a mí me gustaría tener los estudios del Rey y la estatura de Fraga...». Al acabar se va a la calle, su casa. Probablemente a seguir vendiendo el número 166 del pasquín que reparte para ganarse unos euros y seguir bebiendo. El folio de este mes, financiado con las aportaciones de seis establecimientos, habla de filosofía -«ni salud, ni dinero, ni tan sólo amor. Sabiduría, valor, amor, justicia, templanza, espiritualidad y trascendencia. Y tararí que te vi Manuel»-, de humor -«¿Qué dice un mexicano después de masturbarse? Gracias, mano»- y también de tu padre: «Si estás en el hospital... (...)...puedes cambiar el rumbo de tu vida». «Eso no se puede contar» Ramón no parece querer cambiar ese rumbo que le lleva a ningún lugar, o como mucho por el entorno de la Catedral, la puerta de un supermercado o las escaleras de una iglesia en obras. Tampoco debe tener muchas ganas de recordar su viejo pasado. Tiene un rostro surcado en exceso para sus 50 años. Un carrito de la compra es su compañero, y también su armario. Una copa de brandy por la noche, su antídoto contra el frío. Cuando se le pregunta por sus noches de hielo y agua responde tajante: «Eso no se puede contar, se tiene que vivir». Javi y sus camaradas son de sobra conocidos en el entorno de Correos y San Francisco. Felipe y su compañera, aunque de paso, ya tienen su sitio en las calles donde se mueven los universitarios, Francisco, junto al río, Santos...