El vertido que no cesa
TAL DÍA como hoy, hace un año, el océano que nos baña empezó a convertirse en una cloaca. Por imprevisión y negligencia en el tráfico marítimo de hidrocarburos y luego, cuando el Prestige emitió su SOS frente a las costas de Galicia, por la ineptitud de nuestra Administración que, al no saber qué hacer con la bomba flotante, le designó un rumbo errático que resultó ser el peor de los rumbos. En este año se ha limpiado mucho (los voluntarios, sobre todo), se han abonado parte de las ayudas ofrecidas a los afectados y se han reanudado las faenas de pesca y marisqueo, pero el litoral no está, como dice la ministra de Medio Ambiente, «mejor de lo que estaba». Ni mejor, ni igual, ni peor siquiera, sino mucho peor tras el vertido en él de las 40.000 toneladas de fuel que han ido saliendo no en «hilillos de plastilina» como dijo Rajoy, sino a chorros. Claro que la capa de chapapote que alfombra las playas según se escarba un poco en la arena no se distingue desde el helicóptero de la ministra, ni la mugre negra de los acantilados, ni las galletas que se desplazan sobre el fondo marino arrasándolo todo, ni, principalmente, los agentes cancerígenos que, por el vertido, contiene ya el marisco y el pescado de nuestra cadena alimentaría. Desde el helicóptero no se vé y mucho menos si el que gira la visita no quiere verlo. La catástrofe no fue una catástrofe, sino que sigue siéndolo.