| Crónica | Un caso insólito |
Souad sobrevivió al infierno
El cuñado de esta mujer cisjordana la roció con gasolina y le prendió fuego para quemarla y reponer el honor de la familia. La joven se había quedado embarazada sin estar casada
«En mi cabeza aún sigo corriendo con el fuego encima de mí», decía ayer Souad, veinticinco años después de que su familia la quemara viva por haberse quedado embarazada sin estar casada. Coincidiendo con el Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres, esta cisjordana, una de las pocas supervivientes que hay de lo que en el mundo árabe se llama «un delito de honor», ha decidido contar su historia, pero la cuenta cubriéndose la cara, sin dar su nombre verdadero y en hoteles con las cortinas echadas tapando las ventanas porque sigue amenaza. Los crímenes de honor no prescriben en su país. «Hace veinticinco años no me había alejado más que a escasos metros de la última casa de mi pueblo. No sabía si la Tierra era redonda o plana. Sólo sabía que había que odiar a los judíos, que tenía que andar con la cabeza baja, no mirar a los hombres, no salir sola del muro de mi casa y que tenía que rezar dos veces al día», cuenta Souad. Un chico pidió a su padre su mano, pero tenía una hermana mayor sin casar y en su pueblo las niñas se casan por orden. Ese chico, del que se enamoró, fue su perdición. Después de dejarla embarazada huyó y su familia sólo tenía una solución para recuperar su honor: matarla. Aún no ha olvidado que su cuñado le dijo: «Te voy a ayudar » y de repente le prendió fuego. Entonces consideró una tragedia no haber muerto. Afortunadamente hoy lo ve casi una suerte. «Prefiero vivir con mis cicatrices en Europa que ser la chica más guapa de Cisjordania y vivir sumisa», dice. La vida, un calvario Dio a luz a su hijo postrada en la cama de un hospital donde la estaban dejando morir sola. Estaba tan achicharrada que ni se enteró. Sólo notó algo moverse entre sus piernas. No lo pudo coger. Tenía los brazos pegados al cuerpo y la barbilla al pecho porque se encogió mientras ardía y así se quedó. La representante de una organización humanitaria, Surgir, se enteró de su historia y se propuso sacarla del país y encontrar a su hijo. Lo logró, pero para ella comenzó el calvario de sobrevivir en un mundo que no entendía y superar el dolor de operaciones y más operaciones e injertos y más injertos. Ha vivido intentando olvidar su pasado, pero eso nunca funciona. «Es curiosa la memoria. No recuerdo el nombre de una de mis hermanas, pero he recordado pasado mucho tiempo que mi hermano la estranguló con el cable del teléfono. No sé qué había hecho ella. Entonces no preguntaba. Cuando acostumbras a vivir en el miedo no preguntas», narra. Souad hoy ve orgullosa cómo sus dos hijas, nacidas de su amor libre en Europa, crecen poniéndose falda y hablando con chicos sin que nada suceda. Lo que había visto en su país es a su madre ahogar a varios bebés nada más nacer tapándoles con la manta de oveja que les servía de cama hasta que dejaban de patalear. Eran niñas. Sigue sintiendo miedo. «Antes de escribir este libro me preguntaba cada día por qué mi marido me quería. Sentía que no lo merecía. Ahora lo sé, probablemente porque yo también he aprendido a quererme. Soy capaz de verme en un espejo», subraya. Aún no está preparada, pero quiere volver algún día a Cisjordania. Le pregunto qué le dirá a su familia cuando los vea y me contesta que nada. «Si acaso que estoy viva y soy guapa. Quiero ir allí para ayudar a otras chicas», dice. Nos despedimos y casi me hace llorar al decirme que este verano se puso biquini por primera vez. Tiene cuarenta y cinco años y sólo desde hace uno siente ganas de vivir.