OPINIÓN
Las palabras tienen vida, ellas no
LAS PALABRAS tienen vida. Toda la que le robó ayer a la última mujer asesinada por su ex compañero sentimental «en un arrebato de celos», según se cita en las diversas crónicas de urgencia aparecidas a lo largo del día de ayer para narrar el terrible acontecimiento. El mito de los celos ha rodado por las crónicas de sucesos hasta erigirse en una de las causas más creíbles de la violencia hacia las mujeres. Pero los celos o el despecho son sólo el velo de la primordial causa de la violencia de género y de cualquier tipo de violencia: la idea de poder/superioridad/mando/dependencia que algunos seres humanos tienen sobre otros. Es ese sentido de la dominación, que excluye la igualdad en una relación, el que se oculta detrás de la excusa de los celos y de la enajenación mental transitoria que muchos intentan probar en los tribunales para ver menguadas sus penas. Las palabras tienen vida. Gloria ya no. Y hay que cuidar las palabras para que no alimenten más un discurso falseado. El tópico de la maté porque era mía se repite, sin duda, en cada uno de los 67 asesinatos que manchan el calendario del 2003 en España con la sangre de las mujeres. Pero la liviandad de las palabras alienta la benevolencia social, judicial y política frente al maltrato. Y el silencio cómplice.