Diario de León

OPINIÓN

Enraizada en nuestros corazones

Publicado por
JUAN JOSÉ LUCAS
León

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Platón decía que la sociedad política debía «buscar instituciones tan sabias que inspiren a los hombres el deseo de ser virtuosos, y tan fuertes que les impidan ser malvados». La síntesis de ambos propósitos se identifica con el Estado de Derecho, regido por la regla de las mayorías, el respeto a las minorías, la división de poderes, y la garantía firme de los derechos de la condición humana. Y el fundamento solemne de ello es la Constitución. En 1978, los españoles respaldaron abrumadoramente un texto constitucional que está enraizado en nuestros corazones. Nuestra Carta Magna es un inmejorable pórtico para quien desee adentrarse en la esperanzadora realidad española contemporánea y comprender las claves de un proceso de transformación política verdaderamente histórico. La Constitución de 1978 es la más longeva de la historia de España, excepción hecha del texto constitucional de 1876. Y yo creo que se debe, en primer lugar, a que su redacción obedeció a un espíritu de consenso muy característico de la Transición española, un consenso profundo, meditado y debatido. El ejercicio de responsabilidad compartida de las fuerzas políticas españolas al redactar el texto constitucional alcanza un mérito que sólo la historia podrá valorar adecuadamente. En segundo lugar, este texto disfruta de un consenso social proporcional a su utilidad. La inmensa mayoría de los ciudadanos opina que se ha convertido en un instrumento esencial para la convivencia. La Carta Magna es la mejor y más sólida garantía de estabilidad política e institucional de España porque es la única fuente de legitimidad de sus instituciones. Las Comunidades Autónomas, y con ellas los amplios abanicos competenciales de sus Estatutos de Autonomía, hubieran resultado inconcebibles sin la Constitución. La estabilidad institucional, en efecto, ha sido la base del éxito colectivo protagonizado por la sociedad española a lo largo de los últimos 25 años, una España plural, de nacionalidades y regiones que han podido desarrollar un amplísimo y eficaz autogobierno político. Una España que cree en el diálogo, en el valor profundo de la tolerancia y el respeto. Como Presidente del Senado, deseo que se potencie esta Cámara como escenario para la reflexión, como altavoz de los poderes territoriales de España, de manera realista y dentro de las todavía amplias posibilidades que ofrece el equilibrio político actual establecido por la voluntad de los ciudadanos. Lo decía el día de mi elección como Presidente: todos los senadores debemos esforzarnos en hacer de esta institución un eficaz rompeolas de las discordias territoriales. Nuestra Constitución nos gusta porque dice que la soberanía reside en el pueblo español; reconoce símbolos que merecen respeto y aprecio; configura una Monarquía parlamentaria que establece un sabio equilibrio de poderes y funciones; asegura la existencia de un poder judicial único e independiente; garantiza nuestros derechos fundamentales al más alto nivel; y ha contribuido a crear una forma civilizada de pensar y de sentir la política. Nuestra Constitución posee un valor añadido, y es que se ha convertido en el emblema de la contemporánea democracia española, de una España por la que merece la pena trabajar y luchar. Georges Clemenceau sostenía que no eran las profesiones de las personas lo que le importaba más, sino sus pasiones. En este momento, España está viviendo una intensa pasión de Constitución. Una pasión de la libertad, de la convivencia y del diálogo. Y también, una pasión de la audacia y de la esperanza.

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