Diario de León

La síntesis entre Fraga e Ibarretxe

Maragall pertenece a un partido de ámbito español y pide la «única administración», pero también está dispuesto a desafiar al Gobierno si éste veta el nuevo estatuto

Pasqual Maragall, en un momento del debate

Pasqual Maragall, en un momento del debate

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Anxo Lugilde - redacción
León

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La cúpula cesante de la televisión autonómica catalana recibió el domingo una alegría en pleno funeral por sus veinte años en el poder. La detención de Sadam Huseín les vino de maravilla, tanto que ayer por la mañana la continuaban destacando como gran noticia y sólo en segundo plano se ocupaban del inicio del debate de investidura que permite a la civilizada Cataluña saldar un déficit de su pasado democrático, huérfano hasta ahora de una alternancia en la Generalitat. «No, no es histórico. Será histórico cuando tome posesión, no hoy», sostenía uno de los tertulianos de TV3, un canal público totalmente al servicio del partido gobernante. Como la TVG, aunque más sutil. Anarquismo y Tarradellas Maragall sí era consciente del valor histórico de su discurso. Pasó por alto el hecho de que por fin llega al poder un partido, el PSC, que se nutre del voto de los catalanes nacidos en otras zonas de España. Rei-vindicó la tradición del «cata-lanismo de izquierdas», con referencias al «sindicalismo libertario», a los presidentes republicanos de la Generalitat (Macià, Compayns, Irla y Tarradellas) así como a todo el devenir de las tres fuerzas políticas que integrarán su gobierno, los socialistas, los antiguos comunistas del PSUC y los independentistas de ERC. No era un discurso del candidato del PSC, sino el de un aspirante a encabezar una entente a tres bandas. Maragall será, como Fraga, un presidente de una nacionalidad histórica que milita en uno de los dos grandes partidos españoles. Ayer recogió buena parte de las demandas de impulso autonómico que el presidente de la Xunta puso sobre la mesa hace más de una década: reforma del Senado, participación de las comunidades en la formación de la voluntad del Estado, sobre todo en cuestiones europeas, y conversión de la Generalitat en «única administración» en Cataluña, a través de la vía señalada hace lustros por el de Vilalaba, la del artículo 150.2 de una Constitución que ambos están dipuestos a reformar. Todas estas tesis estaban recogidas en la declaración de Santillana del Mar, pactada por los barones socialistas el pasado verano. De Guernika La otra parte del discurso de Maragall se alejó de Santillana para tomar impulso en Guernika, donde Ibarretxe presentó su plan de «estatus libre asociado». El autonomismo bien entendido de Fraga dio paso a la demanda de «un gran acuerdo nacional» para aprobar un nuevo Estatuto que será sometido a consulta popular si las Cortes lo rechazan y pese a las amenazas del Gobierno central. Maragall hizo su obligado acto de fe en un cambio de signo del Ejecutivo de Madrid en marzo, aunque con más bien poca convicción. Las cámaras enfocaban a Piqué, mientras el candidato a president repetía: «El drama estará servido». Abogó por un nuevo sistema de financiación para Cataluña que desemboque en un concierto económico, como el de Navarra y el País Vasco, comunidades que recaudan directamente los impuestos y entregan un cupo al Estado por los servicios comunes. Era el sello soberanista impreso por Carod Rovira, el artífice de la primera alternancia en una comunidad histórica.

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