Cerrar
Publicado por
ESTHER ESTEBAN
León

Creado:

Actualizado:

QUE EL HORNO no está para bollos... es algo evidente. Nadie esperaba un final de legislatura tranquilo, ni mucho menos que los dos grandes partidos, con unas elecciones a la vuelta de la esquina, se dieran la mínima oportunidad de lucimiento en el edificio de la carrera de San Jerónimo. En su despedida Aznar llamó a Rodríguez Zapatero insolvente y le acusó de cambiar su idea de España por un «trocito de poder» y Zapatero, por su parte, le tildo de autoritario y culpable de los problemas territoriales de nuestro país y del deterioro de la calidad democrática. Fué un debate bronco, duro, de evidente confrontación, algo muy común en las sesiones parlamentarias de control al Gobierno en los últimos cuatro años. En los pasillos del Congreso algunos diputados, a la antigua usanza -de esos que creen que las formas han de guardarse por encima de la pelea partidista- se quejaban de la poca cintura del presidente. Criticaban la falta de generosidad de su grupo parlamentario que, de haber hecho un gesto de acercamiento, podían haber preparado su «Adiós» a 20 años de diputado de manera distinta. En su ingenuidad algunas de sus señorías pensaban que el todavía presidente no sólo se limitaría a dar las gracias a su grupo, a los suyos, sino que haría lo propio hacia toda la Cámara y, en ese caso, se podría haber evitado el abucheo. Pero no, no pudo ser. A la hora de pesar en la balanza pudo más ese ¡dale caña! tan al gusto de los socialistas cuando animan a su líder -pero esta vez en sentido contrario- que una despedida de guante de seda, sosegada y tranquila aunque ¡eso sí! absolutamente ficticia. Pensar eso es no conocer al personaje ni tener una perspectiva de su trayectoria. Le guste a la gente o no, con sus errores y aciertos José María Aznar tiene el mérito de irse en el cénit de su carrera política, después de realizar una sucesión ordenada, con un balance de gestión aceptable y unas encuestas que sitúan a su partido nada menos que a 11 puntos de sus adversarios. Se va como vino: solo, ligero de equipaje, con la mirada hacia el suelo, por pudor, ante el último aplauso de la parte derecha del hemiciclo y con la frialdad del hielo frente a todo lo que no sea su verdad. Tal vez ese es el precio del poder, su grandeza y también su miseria.