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Publicado por
CARLOS CARNICERO
León

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En una larga entrevista, publicada en el diario El País , el lehendakari, Juan José Ibarretxe se obliga a respetar las decisiones de los tribunales en todo el proceso político abierto por él mismo con el plan que lleva su nombre. No es una declaración que haya que pasar por alto porque significa el compromiso publico de llevar el debate hasta el último extremo en que una sentencia judicial le indique su ilegalidad. No es poco. Ibarretxe afirma que quiere promover el diálogo político, y haciendo abstracción de dogmatismos, es difícil negar el debate en una sociedad democrática por muy alejadas que estén las posiciones que se enfrentan. Ahora mismo, las palabras de Juan José Ibarretxe devuelven la patata caliente al Gobierno y al PSOE, porque además se pronuncian en un hemisferio político en el que es imposible sostener la demonización de quienes quieren modificar sus estatutos de autonomía, en una demostración práctica de que la democracia es esencialmente dinámica. ¿Alguien se anima a utilizar el Código Penal para meter a Maragall en la cárcel? ¿Podemos prepararle una celda, también, a Manuel Chaves? Se ha ido muy lejos en la incomunicación entre el Gobierno Vasco y el Gobierno de la Nación y las fuerzas políticas contrarias al Plan Ibarretxe. Sin duda, en la hora de buscar responsabilidades, el titular del Gobierno Vasco estará, seguramente, en primera fila. Pero el escenario es el que es, independientemente de quienes lo hayan decorado. El climax de este disparate ha sido la modificación del Código Penal hecha con la alevosía y la nocturnidad de emplear el Senado y la Ley de Acompañamientos, para crear las condiciones legales que permitan enviar a Juan José Ibarretxe a la cárcel. ¿No es un disparate preparar fríamente ese escenario extremo sin antes haber iniciado, si quiera, el diálogo político institucional? A la vista de los últimos doscientos años de historia del País Vasco, ¿alguien puede sostener,sin estar loco, que esa alternativa puede ser una solución razonable para el conflicto vasco. Los disparates políticos se desmontan mediante el ejercicio de la dialéctica y proponiendo proyectos razonables. Parece llegada la hora de iniciar un debate político que sitúen los problemas en el primer peldaño a que nos obliga la democracia.

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