Diario de León

| Crónica | Una auténtica gira |

El PP borra las huellas de Cascos

Las armas de destrucción masiva son una pura invención que Aznar compró como auténticas y las revendió aquí y después visita al Papa de Roma con toda su familia

Felipe González sufrió el acoso de Cascos

Felipe González sufrió el acoso de Cascos

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Manuel Campo Vidal - madrid
León

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Mientras Mariano Rajoy se bate el cobre electoral con los que siguen, el poder cesante del PP -Aznar y Cascos-se despide como las grandes estrellas del rock: con una auténtica gira, mundial para el presidente y española para el ex vicepresidente. Primero fue Washington con el gran amigo Georges Bush al que un estrecho colaborador le acusa de preparar la invasión de Irak desde mucho antes del 11- S . Eso prueba una vez más que lo de las armas de destrucción masiva era una pura invención que Aznar compró como auténtica y la revendió aquí; despues, visita al Papa de Roma con toda la familia, yerno incluido, y, de paso, ya en Roma, primicia del lifting de Silvio Berlusconi del que se temió en Italia que padeciera una grave enfermedad dada su desaparición un mes pero resultó que se estaba operando los párpados y las patas de gallo. Atentos al siguiente concierto porque es una gira de diseño, de verdadero glamour mientras los ministros de guardia -Trillo y Acebes, por ejemplo- se ocupan de las familias dañadas por el fiasco de Bagdag. La última víctima, el comandante de la Guardia Civil, Gonzalo Pérez. Gira de despedida La gira de despedida de Cascos no podía ser mundial porque el destino lo reservó para correrías nacionales y, además, porque no parecería oportuna su visita al Papa mientras ocupa las portadas de la prensa del corazón. Pero su rueda de prensa en la Delegación del Gobierno en Oviedo, rodeado de sus hijos mayores y de su nueva novia para anunciar que no sigue en política, resulta poco menos que de opereta. Si a Alfonso Guerra se le hubiera ocurrido meter a su novia de entonces, Maria Jesús Lorente, en una dependencia oficial para anunciar que dejaba la Vicepresidencia (lo hizo en un mítin socialista en Cáceres), Alvarez Cascos se hubiera comido los micrófonos. Menudo peso se ha quitado de encima Mariano Rajoy, aunque galantemente le reservaba la cabecera de lista por Asturias. Acaso el candidato del PP sueñe con otro regalo: que el presidente de su partido en Castellón, Carlos Fabra, acusado en los tribunales de tráfico de influencias y enriquecido de forma misteriosa, anunciara que a partir de ahora se dedicará solo a los negocios y no a mezclar. Pero de momento Fabra solo recibe elogios y apoyos del poder popular valenciano lo que se arrastrará en la campaña electoral. La retirada de Cascos contribuirá a propiciar la esperada primavera postaznariana. Cascos presidió durante años la alianza crispadora de la vida política entre un sector del PP e Izquierda Unida -era la época de la pinza Aznar-Anguita-con una batería de periodistas que el propio Luis María Ansón definió como «participantes en una conspiración para acabar con Felipe González». Recuerden en el programa radiofónico de Antonio Herrero la acción devastadora de las denominadas «tres erres», a saber, Ramallo, Romero, Rahola. Sólo Antonio Romero sobrevive a duras penas en el panorama político andaluz. Pero no solo eso: Alvarez Cascos se lleva a su tumba política algunos de los secretos inconfesables de la fontanería del PP. El se entrevistó con los policías Amedo y Dominguez, condenados por organizar el GAL, cuando el ministro Belloch les retiró el dinero de los fondos reservados que les mantenía callados. Sin duda con su retirada, sumada a la de Aznar, acaba una época. No necesariamente una época de gobierno popular pero sí un período de estilo autoritario. Hoy en España el único que a ciencia cierta cree que es fin de época de partido en el poder es Jose Luis Rodriguez Zapatero y con él, por supuesto, Pepe Blanco. Cierto que sus expectativas son algo mejores que después del despropósito madrileño en el que el comando politico-inmobiliario manejado por el PP y su propio desatino facilitaron el triunfo de Esperanza Aguirre. Aunque tarde, Zapatero se ha rodeado de un equipo solvente en el que figura por ejemplo Pedro Solbes, el mejor ministro de Economía de la democracia con perdón de Rodrigo Rato, Solchaga y Boyer. «La recuperación de la que se jacta Rodrigo la inició de hecho Solbes que fue un gran ministro desgraciadamente breve y olvidado», comenta el primer ejecutivo de una de las grandes entidades de ahorro del país. Después, todo fue borrar las huellas de Solbes sin conceder ni una sola referencia a su magnífica labor. Cascos sabe de ese estilo: encargó un estudio sobre la modernización de Renfe y vetó su publicación, garantizada en contrato, por una frase que le perturbaba, a saber, que «la modernización de la compañía se inició siendo su presidente García Valverde». Para Cascos nada bueno para el país podía haberse iniciado en el felipismo. Ahora el PP se dedicará borrar las huellas de Cascos por la cuenta que le trae. Zapatero ha comenzado a rectificar tarde y, además, no le dará tiempo a recibir los beneficios de imagen del gobierno Maragall. Un ejemplo: la decisión irrevocable de tolerancia cero para los conductores temerarios. Conducir en Cataluña bebido, drogado o irresponsablemente va a suponer en breve retirada del carnet, requisa del automóvil e incluso cárcel. Sin contemplaciones. Y esas medidas acaban entusiasmando a la población porque reducen drásticamente el número de muertos y lisiados por accidente. Pero su batalla no solo es ganar -que vaya usted a saber- sino tambien ganarse la continuidad para intentar ganar a la segunda o a la tercera, como Felipe. O como Aznar.

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