Diario de León

| Análisis | Una industria joven |

De la nada a 120 millones

La producción de pizarra se inició en La Baña en 1979 en condiciones precarias y hoy cuenta con ocho canteras y otros tantos talleres; ha crecido del 20% al 40% en los últimos años

Un labrador exfolia la pizarra con el martillo

Un labrador exfolia la pizarra con el martillo

León

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José Martínez, el Gaitero, fue uno de los vecinos de La Baña que intentó explotar la pizarra en los montes donde llevaban a pastar al ganado. Pero no había llegado la carretera aún a La Baña -el trazado desde Castroncontrigo se inició al finalizar la Guerra Civil y concluyó en La Baña en 1975- y sólo podían sacar pizarra a granel para las casas de la comarca. Fue Bautista Pérez el primero que, teniendo en contra todos los elementos, denunció la concesión de Matacouta en el año 79 e inició la explotación mecánica con el impulso de un grupo electrógeno, porque el pueblo carecía de potencia eléctrica suficiente. En aquel entonces, recuerda su hijo, Juan Bautista, en La Baña tampoco había teléfono. El más cercano estaba en Encinedo. «En las condiciones que se iniciaron las explotaciones esto era de locos. ¿Qué empresa iba a venir aquí en aquella época», declara el dueño de otra cantera que comenzó a trabajar en los primeros años 80. Todavía hoy tiene la impresión de que «la inmensa mayoría de León no sabe las dimensiones de la industria que hay aquí. Se piensan que somos cuatro mataos , pero somos una verdadera industria», recalca un empresario. El inicio de la explotación de canteras de pizarra en La Baña se ve impulsado en los años 80 por la pujante actividad extractiva en las canteras gallegas. La relación que La Cabrera siempre mantuvo con sus vecinos de Galicia y de Zamora propició los contactos con los compradores extranjeros: Francia, Alemania e Inglaterra. Pero la falta de comunicaciones retrasó la llegada de esta industria hasta el corazón de La Cabrera. Si en el primer tercio del siglo fue impulsada en San Pedro de Trones por industriales de uno y otro lado del Sil, en los años 60, a medida que la carretera iba adentrándose en La Cabrera, se hicieron los primeros intentos en Benuza. Hoy en Odollo ya existe una explotación subterránea, la única de canteras de pizarra en Castilla y León. «Empezamos con un chabolo, allí se cortaba y se hacía todo; luego se bajaba en una carroceta y, ya en La Baña, se cargaba en camiones rudimentarios». También recuerda Luis Martínez que «en las canteras de Orense, en aquel entonces, ya estaban más modernos». En cambio ahora presumen de poseer tecnología punta, incluso dos máquinas que hacen el trabajo del labrador. «Ahorra mano de obra, pero es que aquí no hay gente», añade. La maquinaria para la nueva nave se está haciendo en Ponferrada. Un joven de La Baña ha puesto en marcha esta industria para suministrar maquinaria a las pizarreras. Hoy la industria de la pizarra en La Baña genera 120 millones de euros al año, según estimaciones de la Junta de Castilla y León. Hay ocho canteras y otros tantos talleres, lo que supone una quinta parte de la actividad extractiva de pizarra en Castilla y León. De las 7.714 hectáreas de monte comunal, mil están en explotación. La comunidad es la productora del 34% de la pizarra para uso de cubiertas que se extrae en España. El 85% se dedica a la exportación y se ha observado un crecimiento de entre el 20 y el 40% en los últimos años. «Es verdad que cuando se iniciaron estas explotaciones teníamos unos márgenes de beneficio muy grandes, pero ahora tenemos que hilar muy fino para ganar», apunta un empresario. Los viejos chabolos se han convertido en naves en las que «se hace prevención de riesgos laborales» y «también se han hecho restauraciones». Las principales quejas de los empresarios se centran en la cuantía de los avales y la excesiva burocracia: «El expediente para abrir un banco nuevo ha durado nueve años en resolverse y mientras en el sector del carbón los avales son de 6.000 euros, aquí nos piden 24.000 euros». Los pizarristas de La Baña destacan la calidad de la materia prima: no oxida «y la de Casayo, sí».

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