| Reportaje | Cuando el tajo está lejos de casa |
Trabajadores de ida y vuelta
Trabajadores que se desplazan a diario desde La Bañeza y Puente de Sanabria cuentan su jornada laboral en las canteras y una nave de pizarra de La Baña
A las 5.45 de la mañana suena el despertador y a la media hora un todoterreno de última generación calienta motores en Puente de Sanabria. José, Luis, Jorge y Manolo son sus cuatro ocupantes. De lunes a viernes realizan la ruta hasta La Baña atravesando la sierra de La Cabrera por el puerto de carretera de más altitud de la provincia. El alto del Peñón tiene 1.840 metros y separa a las provincias de León y Zamora entre Truchillas y Escuredo. Más de una vez han tenido que darse la vuelta o apartar la nieve como han podido porque «limpian la carretera del lado de Zamora, pero no del de León», explican a la salida del tajo. Cuando la nevada es más copiosa, dan un rodeo de más de 100 kilómetros por Castrocontrigo o no van a trabajar. A las 7.45 horas ya están en la cantera de Pizarras La Baña donde unos conducen camiones cargados con los estériles y otros trabajan como palistas o retristas. Son 75 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta. Cuando hace buen tiempo se ahorran casi la mitad del recorrido -44 kilómetros- al poder hacer el camino desde Puente de Sanabria por San Ciprián y entrar directamente en La Baña por la pista de montaña desde la que se puede ver aún la huella del camino de herradura que durante siglos fue la senda utilizada por los bañeses para llevar sus ganados al famoso mercado de Puente de Sanabria. La jornada se prolonga desde las ocho de la mañana hasta las las siete de la tarde. Dos horas extraordinarias cada día. El sábado, medio día. Los frentes de explotación no son los que más empleo generan; son las naves de elaboración las que requieren más mano de obra. Aquí sierran los rachones de pizarra previamente cortados con hilo diamantado en la explotación. Este sistema ha desplazado al tradicional de perforación y voladura y de discos en brazo móvil. son cortados y sus trozos exfoliados por los labradores -el oficio más cualificado junto con el de serrador- y finalmente embalados en palés. El ruido es ensordecedor. Los trabajadores utilizan cascos para amortiguar el ruido, aunque Carmen dice que puede oir con ellos puestos. «Gustar yo creo que no le gusta a nadie», dice Carmen interrumpiendo por un momento la cuenta de las rolladas en el palé. Ella lo hace porque regresó al pueblo para estar con su madre y gana un buen sueldo. De no ser por la situación familiar seguiría en Madrid. A su lado, María Ángeles hace sonar la pizarra antes de embalarla. «Si suena bien vale y si suena hueco, no vale; se rompe». Y así sucede cada cierto tiempo. Ella golpea la laja de pizarra contra la madera y si está hueca hace ¡zas! y rompe en pedazos. Es una de las trabajadoras que viaja a diario en el transporte de la empresa desde La Bañeza. Un autobús con 30 trabajadores sale cada mañana de la capital comarcal para llegar a las 7.55 a la nave de Pizarras El Carmen. «Vivimos dos años en La Baña, pero tengo una hija de doce años y queríamos estar con ella». En La Cabrera al llegar a la enseñanza secundaria obligatoria las familias tienen que optar entre desprenderse de sus hijos e hijas para que estudien durante la semana en el instituto de Astorga, viviendo en la escuela hogar o en un internado, o emigrar con ellos. María Ángeles apenas ve a su hija porque cuando llega a casa a las ocho de la tarde se ducha y se acuesta. El padre, minero prejubilado, se ocupa de la niña. Pedro Valle, que lleva 20 años en el oficio, es de Silván y vive en Quintanilla de Losada. Es labrador y no cree que el trabajo sea duro. «Ha habido cosas más duras. Estamos acostumbrados a trabajar en el campo, en un medio agreste». Sus hijos tienen ocho y nueve años y pronto tendrá que plantearse vivir al lado del trabajo o traslardarse a La Bañeza o Galicia.