La obsesión electoral de la banda
La banda terrorista siempre ha intentado capitalizar mediáticamente los distintos comicios mediante los atentados, los anuncios de tregua o las soflamas políticas La única tregua «regional»
Aquel día no hubo aparición televisiva ni despligue de banderas y pasamontañas. Tan sólo un lacónico comunicado enviado al diario Euskadi Información sirvió para que la banda terrorista ETA anunciara su penúltima tregua, el 16 de septiembre de 1998. El pacto de Lizarra había sido firmado y una nueva organización, Euskal Herritarrok, agrupaba al universo aberzale. Una sola característica unen la tregua de ámbito estatal con la excluyente y mediática que la banda terrorista anunció ayer para Cataluña: la proximidad de unas elecciones en el panorama nacional. En aquel momento, el pueblo vasco debía pronunciarse ante el nuevo panorama postLizarra en unos comicios autonómicos que se celebrarían un mes más tarde y en el que la opción independentista se vería reforzada electoralmente. Entonces, el nombre de ETA consiguió capitalizar el proceso electoral vasco y la maquinaria armada y estratégica de la banda mantenía una de sus tradiciones: irrumpir en las campañas con la sangre, los anuncios de tregua o las soflamas políticas. Esa costumbre se remonta a las primeras elecciones democráticas de 1977, en las que ETA sembró el terror con un reguero de 56 atentados que no causaron víctimas. Antes de las citas electorales, la banda terrorista segó la vida de 75 personas. Tan sólo dejó de matar durante las elecciones de la tregua: las autonómicas de 1998 y las municipales de 1999. La precampaña más sangrienta coincidió con la del referéndum de la Constitución, en 1978: quince personas murieron en 32 atentados. Reunión en Suiza Durante el alto el fuego, ETA también se las arregló para colocar estratégicamente un mes antes de los comicios a las corporaciones locales su reunión en Suiza con el Gobierno de Aznar. Y el fin de la tregua se decretó a tres meses y medio de las elecciones generales celebradas en marzo del 2000. En plena precampaña, la banda terrorista consiguió monopolizar de nuevo los titulares con el asesinato del dirigente socialista alavés Fernando Buesa, que murió en un atentado junto a su escolta Jorge Díez en la explosión de un coche bomba. Un año después, en plenos comicios autonómicos vascos, ETA irrumpía de nuevo en una campaña electoral asesinando al presidente del PP en Aragón, Manuel Giménez Abad, insistiendo en su estrategia de amordazar a base de balas a los políticos, a los protagonistas de los procesos electorales. La banda terrorista también aprovechó las campañas electorales para lanzar sus soflamas políticas en medios aberzales, como sucedió en el año 2000 en los diarios Gara y Egunkaria , donde acusó de «traición» al lendakari Juan José Ibarretxe y al PNV, y cuestionar el estatuto como marco para la «construcción nacional». Y todo esto manteniendo un absoluto desprecio por las consultas democráticas que, desde 1982, son para el catecismo ideológico de la banda «un arma ideológica y de dominación de la burguesía». Replanteamiento Hasta mediados de los ochenta, la dirección etarra ni siquiera se planteó cuál era el efecto electoral de sus atentados sobre la izquierda independentista vasca. En la década de los noventa, en plena sangría de apoyo electoral a la desaparecida Herri Batasuna, ETA moderó su presencia armada en los procesos electorales. Seis días antes del asesinato de Fernando Buesa, el entonces presidente del PNV, Xabier Arzalluz, hizo un llamamiento que luego resultaría premonitorio a la banda terrorista: si cometía un atentado, daría el triunfo electoral al Partido Popular. Ayer, con su anuncio de tregua para el territorio de Cataluña, muchos socialistas se preguntan si la dirección etarra sigue apostando por un inquilino del PP para la Moncloa.