Diario de León

El programa europeo Acceder logra objetivos récords de contratación a pesar del manifiesto rechazo del empresariado

Cien gitanos se suman cada año al mercado laboral leonés

Una media de cien gitanos formados y alfabetizados se incorporan cada año al mercado laboral

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Marco Romero - león
León

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Quique tiene 24 brejés recién cumplidos. Es un gitano «sin camisa de lunares». Después de participar en un programa europeo de lucha contra la discriminación ha aprendido a abrir la mente y a quitarse de encima los miedos que impone el hecho de vivir en minoría. Ahora quiere entrar en el Ejército Profesional, aunque sus extraordinarias cualidades sociales e intelectuales quieren ser aprovechadas por sus propios formadores para que continúe la cadena y su ejemplo estimule a otros calós y callís. Su caso no es una excepción. La mediación del programa Acceder, canalizado a través de la Fundación Secretariado General Gitano, consiguió 325 contratos en la capital leonesa desde que se puso en marcha en enero del 2001. En estos tres años y sólo en León se han logrado cumplir el 75% de los objetivos planteados hasta el año 2006 para toda la comunidad autónoma, que prevén la creación de 435 puestos de trabajo dirigidos a personas desfavorecidas, casi siempre por razones de etnia. Ninguno de ellos lo ha tenido fácil. Primero hay que autoconvencerse para salir de una rutina sin hábitos ni horarios. Después hay que persuadir a la suetí , en ocasiones descreída y rara vez decidida a apoyar a los suyos cuando se trata de echarle horas al estudio. Por último, hay que conquistar al empresario para que contrate. Son tres pasos en princpio sencillos pero imposibles de dar sin el engranaje humano que hay detrás del proyecto. Todo empieza con la captación Todo empieza con Pablo Barrul, alias Toni. Es un gitano de mediana edad mezcla de hombre culto y callejero. Conoce cada una de las familias asentadas en León, sus 2.190 miembros y dónde están localizados. Es hablador, serio y con una aptitud sobresaliente para entrar en cualquier círculo de su etnia. Su papel es el de mediador: primero capta a los jóvenes y después les explica cómo va el tema, es decir, cómo son los cursos de formación, para qué les pueden servir... Si aceptan, cosa rara en el primer intento, Toni pone a los chicos en manos del orientador para que inicien un proceso de formación teórica que les embaucará durante algo más de medio año en un viaje cultural que muchos de ellos abandonaron siendo niños, bien para cuidar de los hermanos, en el caso de ellas, bien para echar una mano en el negocio familiar, si lo hay, en el caso de ellos. Si se consigue un solo caso, el éxito asegurará el acercamiento de nuevas personas dada la especial fluidez del boca a boca entre el colectivo gitano. Enrique García Hernández -todos le llaman Quique- se enteró por un vecino hace tres años. Inició su experiencia participando en un cursillo para formar mediadores interculturales. «Se trataba de entender la cultura de otra gente, por mí y por los míos», dice. Quien no tuvo oportunidad de estudiar en su momento -él habla de fracaso escolar, pero lo cierto es que con 16 años ya tuvo su primer contrato-, hoy está terminando la ESO con la meta de hacer una especialidad en el Ejército y graduarse con grado medio. Pero los libros vienen después de las horas de trabajo en un matadero. Llega la metamorfosis Después de su reciclaje, Quique afirma: «Todo esto es estimulante. Hasta no hace mucho tiempo yo era de los que pensaba que lo nuestro, lo de los gitanos, era siempre lo cierto y lo mejor. Pero no siempre es así. A mí me han enseñado a someterme a un jefe y, lo más importante, a creer en mí mismo». La normalizada vida laboral de Quique sólo tiene un único sentido: «Tener un buen trabajo fijo para no preocuparme por las cosas que me preocupan ahora». Pero, experimentado en buscar empleo desde que era un chaval, advierte algo sobre el empresariado. «Existe rechazo y hay que ser un poquito cínico para no verlo; la gente todavía es de ideas preconcebidas. Yo no he tenido problemas por ser gitano porque tampoco tengo mucha apariencia, cosa que me molesta». «Todavía se les mide por distintos raseros, pero una vez dentro suele haber satisfacción por parte del trabajador y de su jefe», declara Irene Velado, coordinadora de Acceder. «Nosotros no ofrecemos gitanos, sólo gente preparada», añade. Esta afirmación responde a que el 30% de los usuarios no son población gitana, sino que proceden de parejas mixtas, casi siempre mujeres payas casadas con gitanos. El sector profesional con más contrataciones es el de servicios. Por este oficio, concretamente el de la restauración, se ha decantado Liber, una joven de 17 años con un fuerte arraigo a las tradiciones gitanas que le viene de familia. No ha tenido que renunciar a nada. «Mi familia me ha apoyado siempre mucho y yo les veo orgullosos. Antes me quedaba en casa, hacía las cosas, fregaba, hacía la comida y cuidaba de mis dos hermanos -el mayor, de 11 años- mientras mis padres se dedicaban a la venta ambulante», narra en la cocina del restaurante El Llar, donde ha sido contratada como ayudante. Vida nueva Estudió informática y después realizó un curso de cocina en San Cayetano durante medio año. A continuación estuvo otros seis meses de prácticas. Ya con una vida nueva y de acuerdo a los tiempos, Liber entra a trabajar a las once de la mañana. Lo primero que hace es lo que menos le gusta: cortar las patatas que pela una máquina. «Preparo los cortes de embutidos, lechuga, tomate y cebolla... para que todo esté preparado cuando empiecen a llegar las comandas», explica con un vocabulario del que ella misma se sorprende. «De momento lo que quiero es seguir trabajando y, más adelante, pues me gustaría vivir de esto», confiesa. Un mensaje para las que, como ella antes, no tienen ocupación: «Ánimo y no os quedéis en casa». Tamara, Séfora y Pilar ya están pensando en poner un pequeño negocio juntas. Las tres están en periodo de prácticas en el centro de estética Cocasa, en el barrio de la Palomera. Han estudiado en la academia y, en cuanto perfeccionen el oficio que han elegido, puede que pongan en marcha su propia peluquería, algo que supera todas las previsiones del programa dado que el objetivo inicial es que los usuarios busquen un trabajo normalizado y por cuenta ajena. El hecho de que surjan las primeras empresas debe ser un balón de oxígeno para Nuria Fernández y Juanjo García, los dos orientadores laborales con los que han contado los chicos hasta conseguir un empleo estable. Y, desde luego, para Roberto Zapico, el prospector que ha ido empresa a empresa en busca de un puesto para los usuarios. «En todo caso, un contrato de tres días para nosotros ya es positivo como primera experiencia», matiza la coordinadora, Irene Velado. Una vez pasado este proceso, el programa realiza un seguimiento muy de cerca. Susi Jiménez Vargas es una excelente cantaora. Ha estudiado márketing, informática y estética. Se va a casar. «Ahora me hace más falta que nunca», dice. Por eso ha vuelto a la sede de Acceder (Cardenal Cisneros, 65) después de un paréntesis. Nuria, la orientadora, le atiende bajo un póster de Camarón. Una vez escribió el legendario cantaor: «Y mira que mira, mira y mira que anda y anda». «De momento, lo que quiero es seguir trabajando y, después, me gustaría vivir de esto» LIBER Ayudante de cocina «Dentro de poco me voy a casar y ahora el trabajo me hace más falta que nunca» SUSI JIMÉNEZ VARGAS Usuaria de Acceder «Lo más importante que me han enseñado es a creer en mí mismo» QUIQUE GARCÍA HERNÁNDEZ Empleado en un matadero «Nosotros no ofrecemos gitanos, sólo gente preparada» IRENE VELADO Coordinadora de Acceder

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