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«¡Han matado a la gente que acudía a trabajar!»

Los vecinos de uno de los barrios obreros más desfavorecidos de la capital se preguntan indignados por qué los terroristas se han cebado con trabajadores

Uno de los heridos muestra signos de dolor al entrar en el hospital

Publicado por
Enrique Clemente - madrid
León

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«Nuestra repulsa e indignación por el terrible atentado de Madrid; nuestro respaldo siempre al Estado de Derecho» COLEGIO DE ABOGADOS DE LEÓN «Proclamamos nuestro respaldo a la Constitución, como expresión de convivencia pacífica en España» CORTES DE CASTILLA Y LEÓN «Nuestra condena y repulsa sin paliativos a estos brutales atentados; abogamos por el fin de la violencia» CAJA ESPAÑA «Había trozos de carne humana di-seminados por todas partes, piernas y brazos cortados, una cabeza unida a una parte del tronco», cuenta horrorizado y preso de un ataque nervioso un vecino que vive enfrente de la estación donde se produjo la matanza. Los terroristas han golpeado de forma inmisericorde en uno de los barrios más desfavorecidos de la capital, donde trabajó el famoso padre Llanos y viven en torno a 20.000 personas. La estación y toda la zona que la rodea presentaba ayer, a las ocho de la mañana, un aspecto dantesco, semejante al de un escenario bélico. El tren de la muerte que había salido de Alcalá de Henares a las siete y diez de la mañana ocultaba decenas de cadáveres, algunos de ellos calcinados en sus propios asientos, otros entre los amasijos de hierro. El convoy, con capacidad para transportar a 1.800 viajeros, llegaba repleto de trabajadores y estudiantes procedentes de Alcalá, Torrejón, San Fernando, Coslada y Vicálvaro. En el apeadero esperaban numerosos vecinos del Pozo. Los terroristas habían colocado dos mochilas con 15 kilos de dinamita cada una, cuya explosión causó 67 muertos, 41 hombres y 26 mujeres. Los restos de algunos de los muertos salieron despedidos a consecuencia de las explosiones y se diseminaron por los arcenes, las aceras e incluso las calles próximas. «Parecían las imá-genes de una guerra. Había gente con los brazos colgando», afirma el joven Samuel. «Era un caos», resume otro vecino. Un policía municipal, que fue de los primeros en llegar a la estación, cuenta lo que vio con pavor: «Había restos por todas partes. Aquí una cabeza, allí un brazo y un cuerpo en otro lado, sin cabeza». Tuvieron que utilizar los ban-cos de la estación para trasladar a los heridos, a modo de camillas. «Arran-camos los bancos de la estación para llevarlos. Yo no he visto nada igual. Estuve en el atentado de Vallecas y no tiene nada que ver con lo que vi hoy. Esto es horrible», relata. El testimonio de Paqui, una enferme-ra que acudió a prestar los primeros auxilios, es sobrecogedor: «Pude ver algún cadáver incluso encima del tejado de la estación, había mucha confusión, restos de ropas y muchos cuerpos que serán difíciles de identifi-car, mucha tensión e impotencia, pero lo que más me impresionó es que no dejaban de sonar los móviles de los muertos». Nadie respondía. «La gente pedía auxilio, gritaba sa-cadme de aquí, ayudadme», recuerda un hombre de unos 25 años que parti-cipó en las operaciones de rescate. Un inmigrante magrebí afirma haber visto restos de masa encefálica en el asfalto e incluso un corazón que todavía latía. «Miraba a un lado y otro y sólo veía cuerpos mutilados y muertos», relata Álvaro, que salió escopetado a buscar a su padre que se dirigía a coger el tren. Por suerte, no le había pasado nada. Las escenas de pánico, de desespe-ración se suceden. La gente se acerca a preguntar por sus familiares. Hay desmayos, llantos y el Samur se tiene que multiplicar. Los habitantes del Pozo del Tío Raimundo están indignados y conmocionados.