OPINIÓN
Votos con razones y sin miedo
LA RUTA que emprendían cada mañana en busca de salario y estudios se rompió en pedazos en cuatro estrepitosas y descomunales explosiones. Una detrás de otra, sincronizadas en una partitura compuesta para el horror del país; y para desesperación de las familias que deambularon durante todo el día de hospital en hospital. Muchos tuvieron que resignarse a esperar en la morgue del Campo de las Naciones una señal de sus seres queridos. Peor será hoy y mañana y después al encontrar su vacío. La rutina de los trenes, el ritmo de la gente que cada día enciende la máquina del mundo, se desintegraron en un charco de sangre. Un eco imparable, desgarrado, propagó la tragedia desde el corazón de Madrid hasta el epicentro del mundo. Y desde aquí, vía Londres, llegan, pasadas más de doce horas, las primeras líneas que hacen tambalear la tesis de la autoría. De ETA a Al Qaeda, el once ese y el once eme se cruzan macabramente en las vísperas de las elecciones generales. Caen las bolsas de Wall Street. La alarma del sistema económico dominante, el único, comienza a sonar a última hora de la tarde, cuando es mañana en Nueva York. Asesinato colectivo. Primero las víctimas. Pero al genocidio (así lo califica Amnistía Internacional) se suma el secuestro de la opinión. La gente siente la necesidad de identificar al culpable: Si es ETA, se augura una amplia mayoría del PP; si es el grupo islámico, la masacre se volvería en su contra. El PP pagaría la culpa de Aznar. La escasa porción de soberanía - el voto - que las democracias representativas conceden a los individuos queda atrapada en el acto sangriento. Se consuma un golpe a la democracia sin que sean necesarios, como dice Vicente Aranda, sacar los tanques a la calle. La voluntad de los indecisos se tambalea hacia un lado u otro no en función de la mejora de la calidad de los servicios públicos o del tino y la capacidad de diálogo que exhiban. 11-M. Faltaban sólo tres días para la jornada electoral y la masacre suspende la campaña. Pero el terror no debe ser el eslogan que determine su resultado. Las urnas han de llenarse con votos cargados de razones, no de miedo. Pero que nadie utilice más el miedo, sólo la razón.