Diario de León

| Crónica | Pasando factura |

No perdió Rajoy sino Aznar

La participación del 80%, el cansan­cio por los excesos cometidos por Aznar y la aceptación de la figura de Zapatero por la ciudadanía desbarató la estrategia del PP

Zapatero, en contraposición a Aznar, fue aceptado por la cuidadanía

Zapatero, en contraposición a Aznar, fue aceptado por la cuidadanía

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Manuel Campo Vidal - madrid
León

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Cualquier previsión se quedó corta. El sábado por la tarde un dirigente socialista consultado por El Diario de León hubiera firmado un resultado así: Rajoy se queda justo por debajo de 170, no le basta Coalición Canaria y ne­cesita los diputados de Con­vergència i Unió. «Con eso Zapatero se consolidaría, ya habría partido parlamentario y a jugar. Pero igual tenemos sorpresas», dijo sin demasia­da convicción. A las doce de la mañana del domingo, José Blanco, que volvía de Lugo de votar comentaba desde su teléfono móvil: «Estamos dos puntos por encima». Se lo dijo a quien quiso escucharle pero, francamente, casi nadie le creyó. A media tarde el PSOE andaba en las encuestas cuatro puntos por delante y se desa­rrolló, para evitar disgustos, la teoría del voto oculto. Ese es el voto vergonzante, el que no se declara a la salida del colegio electoral, el que salvó a Felipe González en 1993 y que diri­gentes del PP como Gabriel Elorriaga aún suspiraban porque les sacase del apuro a las nueve de la noche de ayer. Pero si había algún voto oculto perdido pertenecería si acaso al PSOE, porque los 163 diputados están por encima de cualquier previsión. Los detalles Los detalles del resultado ya los conocen. Pero las imáge­nes dijeron más cosas que los números. Cuando se apartó la nube de fotógrafos que buscaba la instantánea del desencanto de Rajoy, apareció a su derecha José María Aznar dándole pal­madas en la espalda y Rodrigo Rato, cual estatua de cera a su izquierda. El candidato popular leyó tranquilo su felicitación a Zapatero, su oferta de colabo­ración desde una oposición leal, y no apareció signo de rabia ni en su estilo ni en el contenido. Rajoy es un señor y no un bronquista a diferencia de algunos compañeros de su partido. Zapatero habló mi­nutos después sin bandera del PSOE detrás y sin miembros de su ejecutiva en el plano que siempre resulta de agradecer: bandera de España con crespón, bandera de Europa, mensaje a «los que siguen en las salas de espera de los hospitales», minuto de silencio por las víc­timas y oferta de colaboración a Mariano Rajoy, al que calificó como «un rival digno», y al res­to de partidos democráticos. Se diría que en diez minutos ha­blaron dos caballeros capaces de devolver el clima político de tolerancia y de respeto perdido en estos cuatro años de mayo­ría absoluta. ¿Y que sucedió para que se produjera ese vuelco en las urnas desmintiendo encues­tas previas y sesudos análisis de tendencias? A nuestro jui­cio tres cosas básicamente: la primera la participación tan elevada; la segunda, el cansan­cio por los excesos cometidos especialmente por Aznar en su etapa de mayoría absoluta, y de forma muy especial en los dos últimos años; la tercera, que la figura de Zapatero, en contraposición a la de Aznar, terminó siendo aceptada por la ciudadanía. Participación La participación, rayando el 80%, desbarató la estrategia del PP basada en una afluen­cia escasa a las urnas con­tando con la fidelidad de su disciplinado cuerpo electoral. Felipe González ganó en el 82 la mayoría absoluta con el 80% de los votos y Aznar en el 2000 con algo menos del 70%. Cuando la gente se echa a la calle a votar, aflora eso que algunos sociólogos denominan «un país sociológicamente de izquierda», concepto que pare­cía ya incinerado y sus cenizas arrojadas al mar encrespado. Ya veníamos advirtiendo en crónicas anteriores que el tono brusco de Aznar y sus ministros más desafortunados -el euro de Trillo, los insultos del presidente murciano a Maragall, las inauguracio­nes electoralistas de Cascos, etc- estaban fomentando una mayor participación y producían el efecto contrario al que buscaba el equipo de Rajoy. Pero la gran conmoción creada en el país por la matanza de los trenes de cercanías y la formidable respuesta cívica y solidaria arrancó a millones de personas de sus casas en una manifestación que de hecho terminó en las urnas. Quedaba la duda entonces de si esos millones de perso­nas doloridas, acaso radicalizadas, iban a buscar el voto más duro posible. Es justo decir que el ministro del Interior Acebes durante los intermi­nables días del jueves, viernes y sábado, atri­buyendo el atentado a ETA, buscó que ese voto terminara en el PP y para ello no ahorró recursos. Probablemente ha sido el papel menos grato de su carrera política y sin duda el más arriesgado. Y se le descubrió. Cada dato que apuntaba a los integristas islámi­cos lo facilitaba con doce horas de retraso y casi siempre bajo presión. La cadena SER daba una filtración de los servicios secretos españoles descartando a ETA y el ministro decía des­conocer ese dato. Es como si en tres días entre el horror del atentado y la aper­tura de las urnas, en las men­tes de los votantes se hubiera proyectado un documental que incluía la guerra, las mentiras de las armas de destrucción masiva, el empecinamiento de Aznar que no aceptó dar explicaciones al Congreso mientras acudía a los homena­jes que Bush le preparaba en el Congreso norteamericano -repleto de estudiantes y per­sonal de la embajada por cier­to- y esa rueda de prensa final del presidente absolutamente despectivo con los periodistas que se atrevían a preguntarle lo que estaba en la mente de todos los ciudadanos. Excesos Los excesos de cuatro años se vieron reproducidos en tres días durísimos. En realidad Ra­joy desapareció de escena y la alternativa se estableció entre el autoritarismo de Aznar y la presunta bonhomía de Zapa­tero, que empezó de sosoman en el guiñol pero cuya talla política y personal fue creciendo poco a poco a pesar de los contratiem­pos que tuvo que afrontar: el escan­dalo Tamayo que tan mal gestionó el lider socialista, la irrupción de Carod Rovira reventando la precampaña y la incertidumbre final creada por el dramatico atentado en masa de Madrid. En esos tres dias clave Zapatero se creció: fue res­petuoso con el Gobierno y exigió la verdad sin retirar su apoyo el sabado probablemente en la mejor comparecencia de su vida política. Con esa secuencia de actos e intervenciones, con la rabia por el dolor de los atentados y la gente con la mente despierta -ávida de información fiable-, entre Aznar y su fiel colabo­rador Acebes acabaron por acorralar a Rajoy. Zapatero recogió esa desazón popular. Y por lo menos como comen­taba a La Voz un alto oficial de las Fuerzas Armadas ayer noche «Mariano Rajoy no ha dimitido porque era lo que nos temíamos así que ojalá tenga­mos paz».

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