María Alonso: «Me dolía el pecho, estaba sorda, ciega y de todo»
A María la tragedia le miró en el Pozo del tío Raimundo, pero sus ojos no quisieron encontrarse con ella. «Lo que más deseaba era votar. ¡Que me traigan una urna!»
Viajaba, como todos los días, en su tren de cercanías desde su barrio, Santa Eugenia, rumbo a la Facultad de Farmacia de Madrid donde trabajaba como restauradora en un proyecto que, por fin, le había dado una oportunidad de trabajar en lo que ama. Había encontrado, cosa rara, un asiento libre, debido quizás a la huelga de profesores convocada para el 11-M en las facultades madrileñas. Viajaba junto a otros compañeros de madrugón y de legañas, junto a un libro sobre el mozárabe que no tuvo tiempo de leer, cuando todo ocurrió. María Alonso, de San Miguel del Camino (León) y de 29 años, cerró los ojos y borró de su memoria aquellos momentos. Se durmió, como dice ella, ya en casa recuperándose de sus contusiones. «Es como si en un sueño ves una explosión», cuenta, goteando palabras debido a sus dolores de pecho. No tiene recuerdos. «Me siento totalmente afortunada porque no me acuerdo de casi nada», suspira. Quizás, en los próximos días en compañía de sus padres, Roberto y Esther, y de sus amigos vaya encontrándose con imágenes no deseadas. Quizás no. Tampoco pretende atar cabos. «Creo que fue en el vagón de atrás y que lo primero que pensé es que nos habían tirado algo desde fuera», comenta. Después cerró los ojos. El siguiente recuerdo de María la sitúa apoyada en la estación del Pozo del tío Raimundo junto a otras personas, frente a su tren de cercanías de todos los días, frente a cuerpos y piezas esparcidas por el suelo. «Me dolía el pecho, estaba sorda, ciega, de todo», recuerda. María no sabía qué ocurría. «La primera vez que escuché la palabra bomba fue de una señora, sentada en el suelo al lado de mí». A ella le daba igual, «como si hubiera sido un terremoto». Sólo le preocupaban sus dolores en aquel momento. Allí cree que estuvo unos diez minutos quejándose, intuyendo a bomberos y policías en su día más duro de trabajo. Fue en un coche de policía donde viajó hasta el Hospital Doce de Octubre de Madrid, lastimada en todo el cuerpo. «No me podía mover», asegura. Un médico la alertó de que debía darle el número de teléfono de sus padres para tranquilizarles. «No sé cómo se lo di bien en aquel momento», señala. En una habitación del hospital madrileño habitó hasta el pasado martes, cuando los médicos, tras innumerables pruebas le dieron el alta, y pudo regresar a su domicilio de Santa Eugenia, un barrio hoy silencioso -en el bloque en el que vive María han muerto dos vecinos-, donde sigue arrastrando las contusiones internas provocadas por la onda expansiva y por su estado de nerviosismo. «Supongo que mañana estaré mejor, y pasado más y así...», comenta, aletargada todavía por el dolor.