Diario de León

Rosario de amargura

Cientos de personas asistieron al desfile de siete tallas únicas que procesionó una de las cofradías tradicionales, Minerva y Veracruz. El buen tiempo favoreció la alta participación Los capirote

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P. Infiesta/N. González - león
León

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Público, 16 grados, sol al costado y siete tallas de gran valor. Los leoneses se volcaron ayer con la procesión de la Amargura, que procesionó la cofradía de Minerva y Veracruz con una solemnidad y un respeto poco vistos hasta el momento. Entre paso y paso, dos metros, sin chocar, sin confundirse, al unísono. El cortejo, que partió del convento de los Capuchinos, mostró una de las piezas más curiosas de la Semana Santa leonesa: el Lignum Crucis. Tiene una estructura en forma de cruz latina, desfila sobre un trono muy repujado y en su parte central contiene, según la tradición, una reliquia del madero de Cristo. Las flores rojas remarcaron ayer la talla, que fue esculpida por manos anónimas en el siglo XVII, una época considerada como propicia para el culto de las reliquias. Los cirios y la banda de las Siete Palabras, que inundó el recorrido con los sonidos de sus trombones, platillos, trompetas, tambores y clarinetes, dieron paso a los jóvenes cofrades encargados de saturar el olfato de los asistentes con su reguero de incienso. Presencia asturiana Como nota curiosa, la cofradía el Silencio y la Santa Cruz de Oviedo se incorporó al desfile, precediendo al paso del Santo Cristo Flagelado, que esculpió en 1998 el artista Manuel López Bécker. La escenificación de Jesús, a punto de ser golpeado junto a una columna gris, llenó de respeto el corazón del Húmedo y creó un clima de recogimiento, gracias a la música procesional de la banda del Dulce Nombre. La virgen de la Amargura, caracterizada con dos clavos dirigidos al pecho y un pequeño pañuelo blanco en las manos, levantó los aplausos y algún piropo de los asistentes, por su expresión de dolor contenido. Popularmente se la conoce como La Paloma por su similitud con su homónima en lienzo, que se venera en Madrid. La pieza se atribuye al artista José de Rozas, que la habría esculpido a finales del siglo XVII. La comitiva, acompañada por las bandas, recorrió el casco histórico ante la mirada de cientos de apasionados, que tampoco quisieron perderse el paso del Santo Cristo del Desenclavo, un anónimo de gran valor del siglo XVI y que pujaron más de 44 braceros. Manuel López Bécker aportó, además, otras dos tallas al desfile, Nuestro Padre Jesús de la Salud (2001) y Nuestro Padre Jesús de la Humillación y Paciencia (1991). Como otros años, debajo del capirote morado y la capa blanca, algunos cofrades dedicaron su desfile a sueños, promesas y esperanzas. Por eso, siempre duele verles caminar descalzos.

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