Los 4.300 cofrades del Dulce Nombre desfilaron durante ocho horas y se solidarizaron con las víctimas de Madrid
Frente a frente compartiendo el dolor
Más de 11.000 personas se apiñaron en la plaza Mayor para ver arrodillarse a San Juan ante La Dolorosa en la procesión de Los Pasos
Aún es de noche. Pedro se sacude el sueño a golpe de agua congelada. Ha dormido poco. Sólo la fuerza de la tradición, el reencontrarse con sus familiares bajo el paso de La Flagelación y poder pujar el día del dolor, el de la muerte de Cristo, le impulsa a vestirse de nuevo la túnica, a colocarse los guantes de cuero negro y a anudarse el cíngulo a la cintura. Tiene que correr capillo en mano, y en su huída hacia Santa Nonia atraviesa grupos de noctámbulos que apuran Genarín y que vivirán la jornada de un modo muy diferente. También tropieza con una hornada de basureros y con algún policía que despeja las calles de vehículos. La carrera le obliga a hinchar el pecho con más fuerza y a atragantarse, pero ha evitado que una impuntualidad inoportuna le dejara sin brazo . Llega justo cuando el seise lee su nombre y puede situarse a tiempo de escuchar el grito «hermanos, capillo abajo», que marca el inicio de la procesión. Son las siete y media de la mañana. Pedro comienza a rasear el suelo con sus zapatos negros y a mover la talla, hombro con hombro, con otros papones. Las ocho horas de desfile que tiene por delante le sirven como viaje interior. Poco a poco va olvidando los problemas que se acumulan en su mesa de trabajo, las enfermedades que se llevaron a seres queridos y la última bronca que tuvo con su pareja. Empieza a dejarse invadir por los sones de la trompeta y los suspiros de esfuerzo de sus compañeros de paso, que cargan, cada uno, quince kilos de peso. El sentimiento de comunidad se ha apoderado completamente de él. Como los otros 4.299 cofrades del Dulce Nombre de Jesús Nazareno -una de las tres cofradías más antiguas (1611) de León- se prepara para El Encuentro. El primero de los catorce pasos de la comitiva, La Oración del Huerto que esculpió Víctor de los Ríos en 1952, avanza hacia la plaza Mayor, a las ocho y media de la mañana. En primera fila Tres horas antes, algunos apasionados de la Semana Santa ya se habían levantado para conseguir un sitio en primera fila. A ellos, se fueron añadiendo, más tarde, hasta 11.000 personas. Los privilegiados pagaron veinte euros por palco y desayuno. Imposible cruzar Domingo Berrueta o Cardenal Landázuri. Cuando aparecen San Juan y La Dolorosa, a los extremos de la plaza, el murmullo se va convirtiendo en silencio. Por fin, ambos pasos avanzan frente a frente, al encuentro, delante del viejo Consistorio. Son las nueve y media de la mañana y, curiosamente, un rayo de sol se ha escapado entre las nubes y da vida a la amalgama de bultos de colores, túnicas negras, flores y tallas que inundan la plaza Mayor. Mientras las dos piezas esculpidas por Víctor de los Ríos en 1946 y 1949 se aproximan, el Nazareno preside la escena agitado por sus braceros, al igual que el resto de tronos. La música se hace más intensa y, entonces, los cofrades que encabezan el trono de la virgen y el del Evangelista se juntan hasta tocarse las palmas de la manos. Los presentes estallan en vítores y aplausos, que redoblan cuando el San Juanín se arrodilla ante La Dolorosa, en un enorme esfuerzo de sus noventa portadores. El público reconoce el esfuerzo que supone inclinar el paso más pesado de todo el cortejo (1.650 kilos). Después, los seises de ambos pasos se abrazan y el de San Juan entrega un ramo de rosas blancas a la virgen. La escena, impresionante y sobrecogedora, se desarrolló delante de un palco cuajado de autoridades. Tras descargar la adrenalina, el cortejo se encaminó hacia la Catedral y, retomó fuerzas en San Isidoro, donde se detuvo para el desayuno, antes de recorrer toda la ciudad ante la mirada atenta de cientos de miles de leoneses. Pedro ya siente calambres, tiene el hombro dolorido, pero se olvida del roce de los zapatos y del cuerpo cansado cuando se acerca a Santa Nonia. Aplausos a los bomberos Allí, los cofrades efectúan un último esfuerzo bailando con fuerza los pasos, antes de encerrarlos hasta el año que viene. Pedro mira hacia delante y se solidariza con los cinco bomberos de la Comunidad de Madrid que, este año, se han sumado a su paso como homenaje a las víctimas del 11-M y a sus familiares. Los cinco procesionaron en un día negro, el de la muerte de Jesús para los cristianos, y en sus ojos se pudo contemplar que las escenas del horror no se han borrado de sus almas. Durante el largo trayecto de ocho horas que realizaron acompañando el paso más antiguo de Dulce Nombre, realizado por Gaspar Becerra en el siglo XVI, recibieron el apoyo y los aplausos de los leoneses. Incluso, el alcalde de León, Francisco Fernández, aseguró que la presencia de los bomberos colaboradores del rescate del 11-M en la Semana Santa leonesa aportaba al cortejo «un reconocimiento nacional por haber participado en esta celebración». El alcalde también les quiso dar las gracias «por haber asistido a nuestra Semana Santa». Pedro no ha llegado a hablar con los bomberos, pero sabe que los cofrades de La Falegalción les entregarán un ramo de flores a cada uno para que lo depositen en Madrid como homenaje a los fallecidos. Ya son las tres de la tarde y aún queda una hora para que todos los pasos descansen en la iglesia, en el local cedido por la Diputación o en la carpa situada en frente. Las bandas de música se hacen más necesarias que nunca. Sus sones dan ritmo, dan fuerza y ánimo para recorrer los últimos metros con energía. Al cofrade, que ya lleva treinta semanas santas a sus espaldas, apenas le queda tiempo para comer, descansar un rato y entregar, también según la costumbre, algunas flores de su paso a su madre. Por la tarde, vuelve a desfilar. «El Encuentro ha sido emocionante y espectacular por ver una plaza llena de gente que siente la Semana Santa» FRANCISCO FERNÁNDEZ, alcalde de León