Cómo pasar cuatro años en un balneario
Sus señorías debatieron la pasada legislatura sobre la sardana, las motos náuticas o el esquí nórdico
«Mi voluntad es esa, pero ello no sólo depende de su presidente, sino de la suma de todas las fuerzas políticas: desde los acuerdos y el consenso deberíamos ser capaces de poner el Senado en la España de hoy, que no es la de hace 25 años». Desde que fue investido presidente de la cámara alta, el socialista Javier Rojo explica sin cesar que su intención, y la de su partido, es sacar a la institución que dirige del marasmo en el que se instaló hace ya cinco o seis legislaturas. La reforma del Senado -los socialistas quieren reconvertirlo en una cámara de representación territorial- puede ser uno de los instrumentos del Gobierno para diseñar una nueva política territorial. Y, de paso, puede recuperar para el sistema democrático una institución cuya utilidad es dudosa para todos los partidos, salvo el PP. En el último cuatrienio, la cámara alta no ha tenido debate relevante alguno; la mayoría de los proyectos de ley pasaron por ella sin cambiar ni una coma; proliferaron las comisiones y ponencias más inopinadas. No es de extrañar que los senadores se refieran a su casa como la cámara lenta o con el término más coloquial de balneario. La mayoría absoluta de los populares en la pasada legislatura impidió la reforma del Senado reclamada por el resto de los grupos.El argumento para no tocar nada fue que no se podía modificar la Constitución en un momento de efervescencia nacionalista porque se reabriría un melón cerrado hace 26 años sobre el modelo territorial de España. El PP, por tanto, intentó limitar los cambios en la cámara a retoques en el reglamento, una sugerencia inaceptable para las demás formaciones. Y así, entre acusaciones de unos y otros, el Senado se quedó sin barrer y las telarañas políticas formaron una tupida malla. Debates absurdos La rutina diaria en estos cuatro años ha sido gris, una tonalidad que hasta el PP admite para describir el trabajo del Senado. La mayoría de los proyectos llegados del Congreso se aprobaron sin modificar o, a lo sumo, con retoques gramaticales. De las primeras 24 iniciativas que tuvo que tratar, quince regresaron a la Cámara baja sin un mal acento corregido. Eso sí, la creación de ponencias batió marcas, hasta quince se constituyeron; entre ellas, la de difusión de la dieta mediterránea o la de los derechos de los participantes en concursos y juegos televisivos. Brotaron también las comisiones más variopintas, como la de la situación de los deportistas al final de su carrera o la de poblaciones de montaña. El debate en pleno rozó, en ocasiones, el absurdo, como cuando el PP abordó el uso de las motos náuticas o CiU pidió la declaración de la sardana como patrimonio inmaterial de la humanidad.