| Crónica | Madrid no olvida |
Marcha espontánea a Atocha
Cuando se cumple un mes del atentado, miles de ciudadanos acudieron a poner velas rojas en el improvisado monumento a las víctimas, en un Madrid que intenta recuperar la normalidad
Un mes después de los atentados del 11 de marzo, Madrid ha salido de la conmoción colectiva y retoma el pulso de su actividad sin olvidar a las víctimas. Ayer, la estación de Atocha se convirtió en el epicentro de los homenajes organizados, pero también en el de los espontáneos. Miles de personas acudieron para continuar poniendo velas rojas en lo que ya es un muro interminable que bordea todo el recinto. «He venido desde Barcelona a Atocha sólo para verlo. Cuando he visto este vestíbulo lleno de velas me he dado cuenta de lo terrible que ha tenido que ser para los madrileños», dice Alberto. Laura ha llegado a Atocha después de recorrer El Pozo y Santa Eugenia. Asegura que hacer el recorrido que tanto dolor ha causado a miles de personas le «recarga» de energía. «Me apetecía hacerlo para coger energías y poder sobrellevar este pánico y este caos», comenta. A las seis de la tarde, unas quinientas personas se aglutinan en los aparcamientos de la estación. Se trata de una concentración organizada por la comunidad de Sant Egidio, una asociación internacional pública de laicos que cuenta con más de 60.000 miembros en 60 países. Estaba previsto que acudieran el alcalde y la presidenta de la Comunidad, Alberto Ruiz Gallardón y Esperanza Aguirre, pero no están. Sí ha acudido el Imán de la Mezquita del Centro Islámico de Madrid, que participa en el acto junto a familiares de las víctimas y un representante de la Comunidad de Sant Egidio. Es un acto de conciliación entre las religiones y concluye con un intercambio de abrazos entre los asistentes. Lo más espeluznante, un minuto de silencio y escuchar el nombre de todos los fallecidos en los atentados con la música de fondo del Adagio de Albinoni. Después, siguen los paseos leyendo carteles y encendiendo velas por la estación. Siempre hay alguien llorando en Atocha. «Es muy fuerte. Esto es una monstruosidad que no podemos olvidar», explica Lucía. Ha venido con su madre, que es mayor y apenas sale de casa pero ha querido ver Atocha con sus propios ojos. La estación impresiona. Menos efecto que el 11-S Mientras Atocha se ha converti-do en un monumento inmenso para el recuerdo, Madrid recu-pera la normalidad. En la propia estación un bando del alcalde invita a ello: «Que el miedo no invada la convivencia y Madrid siga siendo una sociedad abier-ta», dice. Las reservas canceladas han sido del 20%, un volumen muy inferior a las del 11-S.