Diario de León

| Perfil | José Luis Rodríguez Zapatero |

El político que gana a la primera

El nuevo presidente del Gobierno, que está en política desde los 18 años, llega a la cima después de ganar contra pronóstico todas las etapas a las que ha optado en el PSOE

Publicado por
Carlos Aguyó - redacción
León

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ZP. Zapatero, presidente. El reclamo electoral inventado hace sólo dos meses se convirtió ayer en realidad. Veinticinco años después de afiliarse al PSOE de León recién cumplida la mayoría de edad, fue elegido presidente del Gobierno de España. Rodríguez Zapatero, un novato en la carrera a La Moncloa, es sin embargo un experimentado político que ha hecho la escalada con paciencia, pero sin detenerse nunca. El nuevo presidente, leonés nacido bajo el signo de Leo en 1960, lleva desde los 18 años ocupando cargos en el partido. Desde entonces no ha dejado de ganar etapas. Las más difíciles, de forma inesperada y en el primer intento. Sucedió en sus años en el PSOE leonés, ocurrió en el año 2002 cuando derrotó a José Bono y se convirtió en el líder de los socialistas, y lo volvió a hacer el 14-M, cuando arrebató la mayoría absoluta al PP. Formó entonces una Comisión Ejecutiva Federal con sus compañeros de Nueva Vía, un equipo joven y poco conocido para el electorado. Desde ahí empezó a hablar de «oposición útil», de «cambio tranquilo», promovió el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo que suscribirieron PP y PSOE, y fue afianzándose en la escena política. Su primera victoria electoral son las municipales de mayo del 2003. Para su investidura tampoco necesitó más que una vuelta. Volvió a hacer lo que mejor sabe: navegó entre aguas sin dejarse arrastrar por ninguna corriente hasta lograr los apoyos necesarios. Lo que otros llaman ambigüedad y falta de compromiso, para él es talante, el resultado de la devoción por el pacto. Es el pragmatismo de un político de carrera. Sin perder el buen gesto, se emplea con firmeza y tesón. Su afición a la montaña ha forjado un carácter que le ha servido para no tirar la toalla en los momentos difíciles. El ajedrez le ha enseñado a cal-cular los movimientos. Zapatero es fiel a sus orígenes. El discurso de investidura lo cerró con una frase que, para quien no sepa de la existencia del capitán Lozano, pueden resultar incluso cursi: «Mi ideario es breve: un ansia infinita de paz, el amor al bien y el mejoramiento social de los humildes». Es el testamento de su abuelo, un oficial fiel a la República que fue fusilado en el 36. Cuando el nuevo presidente del Gobierno tenía 14 años escuchó, de boca de su padre, las palabras que dejó escritas el abuelo. Un testamento que despertaría su vocación política, que se convirtió en pasión cuando dos años después acudió a un mitin de Felipe González, el ídolo de juventud al que quiso parecerse. Él puso la ambición. A los 26 años ya era diputado. Con la vista puesta en la gran política, se fogueó en las direcciones local y provincial de su partido en León. Su estilo no gustó a todos: con talante tranquilo, no dudó en dejar en el camino a quienes no consideró adecuados para su proyecto. En el Congreso fue un anónimo pero traba-jador diputado que pasó por numerosas comisiones. En la de Administraciones Públicas, con Mariano Rajoy como ministro, empezó a despuntar como un buen y tenaz parlamentario. Si Felipe González fue como una estrella espontánea del festival hippie de Woodstock, Zapatero es más un producto de Operación triunfo. González tenía un encanto arrollador que Zapatero sustituye por trabajo y oficio. Con todo, la candidez, la ausencia de carisma, la falta de autoridad han dado un giro. El éxito refuerzan la confianza en uno mismo y la inesperada victoria del 14-M le aportó la épica de la que carecía. Es buen orador, maneja con soltura las grandes palabras. Vende buen talante, ofrece diálogo, huye de la crispación, promete humildad y reniega del sectarismo. Le ha llegado la hora de descender a lo concreto, de responder a las exigencias que cada día le harán los ciudadanos, de cumplir los compromisos adquiridos y de hacer frente a las consecuencias de sus decisiones. Quizás lo logre, pero ya no le bastará la «baraka», la suerte que siempre lo ha acompañado.

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