Diario de León

| Reportaje | La huerta tradicional |

Hortelanos de «cadril» domado

Apenas una veintena de hombres y mujeres de Fresno de la Vega trabajan la huerta a la antigua usanza y se ocupan de comercializar sus hortalizas en ferias y mercados

Carmina apoya sus rodillas en una colchoneta para hacer el trabajo

Carmina apoya sus rodillas en una colchoneta para hacer el trabajo

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Ana Gaitero - león
León

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En la plaza ya no se pesan las mercaderías en romanas. Esa báscula de plato, colgado de tres cadenas que confía su precisión a un fiel en forma de palanca con pesas es un objeto de museo. Hace tiempo que Pedro Marcos Calleja y Begoña Melón llevan al mercado una balanza electrónica, pero aún «jajan» (quitan las malas hierbas) del semillero de pimientos como lo hicieron sus antepasados: apostados sobre una tabla de madera, con el cadril (lumbares) domado y entresacando los plantones. «Yo no les digo nada, lo que único que pido es no salgan jajos», afirma Carmina, de 53 años, desde la huerta de enfrente. «Nacimos entre ello y entre ello terminaremos», coincide esta última generación de hortelanos que tienen cada día más dificultades para competir con los productos foráneos. Las zanahorias, ni se molestan en cultivarlas como no sea para consumo propio. Para ellos se guardan también otras exquisiteces como las cebolletas, un fruto alargado que se repartían con el pan y el queso en la fiesta de San Isidro Labrador. Sobre las preferencias del mercado del siglo XXI, Pedro y Begoña aseguran que la gente «no van más que a lo guapo, tenga sustancia o no tenga». Ellos siguen apoyados y doblando el cadril sobre una tabla para quitar los jajos y no dañar a la planta. Carmina evoca aquellos carros cargados de cebollas con los que sus padres iban a la plaza: «Lo vendían todo». El sacrificado trabajo es un herbicida natural, que no contamina las plantas pero hace doblar la espalda del hortelano y aguzar su vista sobre la era (como también llaman a los semilleros en Fresno de la Vega). La grana (bien guardada de la cosecha anterior) se esparce sobre la tierra en los primeros días de marzo -coincidiendo con el día del Ángel, según una antigua tradición- y a partir de ese momento comienza el ciclo del pimiento morrón, la hortaliza reina y autóctona de este pueblo cuya vega baña el Esla, a veces con furia. El hortelano «espinga» periódicamente la era con el agua del pozo, canalizada en una manguera. Al llegar mayo, levanta el plástico que abriga los semilleros, saca las plantas y entierra sus pequeñas raíces en los surcos de la vega, cambiando de tierra cada año para preservar la especie. La cosecha, tras riegos y sudores, llegará en septiembre. Y con la próxima pimentada, la promotora del Pimiento de Fresno espera que también la concesión, tras siete años, del marchamo de Indicación Geográfica Protegida (IGP) para el producto autóctono, aunque aún no podrá ser comercializado con la etiqueta de origen. Una de las virtudes del buen hortelano es saber planificar su huerta y plantar las hortalizas escalonadamente, para asegurar su arranque a buen ritmo y abastecer cada semana sus mercados. En los semilleros hay cebollinos y otras hortalizas, pero cada vez son más las plantas que llegan a la vega desde los viveros. De casi un centenar de hortelanos en activo en la localidad, sólo una veintena realizan todo el proceso de producción y comercialización como se hizo toda la vida; apenas han cambiado el carro por la furgoneta.

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